El infinito en un junco, de Irene Vallejo

 Libros, libros, libros...

La verdad es que he estado dudando con la etiqueta: ¿Libros recomendados? ¿Historia del libro?... Sí que me resultaba sorprendente que mis libreras de cabecera de 80 Mundos me dijeran que les resultaba difícil guardarse un ejemplar para ellas, porque se los quitaban los clientes de las manos. Y eso para un ensayo es poco frecuente. Ha recibido el Premio Ojo Crítico de Narrativa de 2019. Se trata de una autora para mí desconocida: VALLEJO, IRENE. El infinito en un junco. Madrid: Ediciones Siruela, 5ª edición, 449 págs., de las cuales, 35 corresponden a bibliografía que incluye referencias a páginas digitales, como si de una tesis doctoral se tratara, seguidas de nueve más dedicadas a un índice onomástico. Conocer a su autora seguramente nos explicará algo de todo esto.


Vallejo (Zaragoza, 1979) se doctoró en Filología Clásica por Zaragoza y Florencia. De toda esa cultura clásica hay muestras constantes a lo largo de todo el libro. Y como es un mundo que conoce de primera mano, las páginas dedicadas a Grecia y Roma son las que más se apoyan en los originales, y donde se mueve con mayor seguridad, lo que no quiere decir que el Creciente Fértil o el Egipto faraónico le sean desconocidos. Para eso se ha documentado muy a fondo. Sin embargo tal vez su tarea como periodista en el Heraldo de Aragón la mantiene al día de la más rabiosa actualidad, lo que le permite ejercitarse en saltos mortales del pasado hasta el presnte y establecer analogías siempre soprendentes, además de intuir por dónde van a ir los tiros en un futuro próximo. Es además novelista, aunque yo no la hubiera oído ni nombrar: La luz sepultada (2011), y El silbido del arquero (2015). Este ejercicio literario seguramente es el que explica que estemos no ante un ensayo farragoso y erudito, sino ante una narración fresca, de una expresividad luminosa, que no duda en incorporar anécdotas personales, lo que lo aproxima todavía más al lector. La foto que he elegido creo que la retrata muy bien. No hay nada en ella de ratón de biblioteca.


El libro me ha traído a la mente, sin poder ni querer evitarlo, los tiempos en que impartía el Módulo que da título a este blog. El manual  de H. Escolar que manejé, Historia del Libro (2004), me salvó la vida para preparar mis clases los primeros años. Y como según el Petrarca, "los libros más hermosos son aquellos que nos llevan a otros libros", descubrí luego a A. Manguel. Su Una historia de la lectura (1996) me ayudó a completar la visión del anterior, puesto que a la materialidad del objeto libro añadía la necesaria destreza y diferentes modalidades para desentrañarlo al leerlo. De ahí pasé a otro ensayo suyo apasionante, El sueño del Rey Rojo, ya comentado aquí, una auténtica y apasionante miscelánea: lectores, libreros, bibliotecas, como la suya propia (Mientras embalo mi biblioteca)... La otra cara de la moneda, la de la destrucción de tantos ejemplares a lo largo de los siglos, me la proporcionó Historia universal de la destrucción de libros, de F. Báez (2004), tristísima recopilación de desastres librarios, que siempre es señal de que "Allí donde se queman libros, acaban quemando personas", como dijo Heine. Y lo dejo aquí para volver al ejemplar de Vallejo, no sin antes señalar que el siguiente vídeo sobre la fabricación del papiro lo grabé en Alejandría y es bastante explícito en cuanto al proceso de elaboración. (https://www.youtube.com/watch?v=oq7GX_Ee8A0).


En el prólogo dice la autora, citando a M. Duras, que "escribir es intentar descubrir  lo que escribiríamos si escribiésemos" (pág. 17). Y así arranca ella su historia en el s. III a. C., cuando un faraón todopoderoso, Ptolomeo, quiso reunir todos los libros del mundo en la fastuosa Biblioteca de Alejandría, para lo que tuvo que decidir la traducción de aquellos que no estaban escritos en griego o asaltar y requisar todos los rollos existentes en los barcos que fondeaban en el puerto. Y, a pesar de su destrucción siglos después (emociona la asociación entre el incendio de aquella y la de Sarajevo en nuestros días), constata la perdurabilidad de los libros frente a la obsolescencia de soportes que creímos insustituibles hace tan sólo unos años (disquetes, cedés, casetes, cintas VHS...). Y en un arrebato de lirismo metafórico nos dice: "¿Cuántas bajas han causado  los dientes del tiempo, las uñas del fuego, el veneno del agua?" (pág. 21). En una de esas asociaciones que han acabado por soprenderme, señala que las signaturas de los libros como identificadores únicos de cada ejemplar, serían la correspondencia exacta de los documentos URL. Se maravilla de que las palabras, "apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática" (pág. 46). Y así las bibliotecas se acaban convirtiendo en "la memoria del mundo. En un dique  contra el tsunami del tiempo" (pág. 49). Dejo vídeo ilustrativo de la nueve Biblioteca de Alejandría, que llegó a ser tan inabarcable ya entonces que "hacía falta un mapa del territorio, un orden y una brújula" (pág. 151). Y así nacieron los primeros catálogos, con un "sistema alfabético de ordenación" (pág. 245). Entonces, como ahora con los ordenadores, de lo que se trata es de "disponer del conocimiento, archivarlo y recuperarlo" (pág. 247). 


Comenta también que la actividad lectora, que se realizaba en voz alta para descifrar textos sin puntuación, no se hizo silenciosa hasta el s. IV en tiempos de S. Ambrosio. "Este diálogo silencioso entre tú y yo, libre y secreto, es una asommbrosa invención" (pág. 63), debió de pensar Agustín de Hipona al ver leer así a Ambrosio. Y vuelve atrás para iniciar el recorrido por los diferentes soportes que el libro ha tenido, "la historia de una batalla contra el tiempo [...] para mejorar el soporte físico de los textos" (pág.76): tablillas de barro, rollos de papiro, tablillas enceradas para que los escolares escribieran con sus punzones y pudieran borrar con la espátula, pergaminos, códices... "pensamientos tatuados en la piel" (pág. 79), en su sentido literal y figurado. Y desde ahí pasa a los textos que mejor conoce: Homero, escritor de la oralidad sin derechos de autor, una oralidad asociada a la tradición, frente a la novedosa escritura; la primera, apta para la poesía y la segunda, para la prosa. La escritura fue en sus inicios coto de unos pocos expertos, como lo fue la informática hace unos años. Su origen fue práctico: poder anotar la lista de las propiedades: ganado, aceite, grano (s. VI a. C.). Y, aunque se inicia con caracteres simbólicos, el sistema jeroglífico, pronto dejaron de perfilar la cosas "para empezar a dibujar los sonidos" (pág, 114) mediante los distintos alfabetos. Lógicamente en sus inicios "dio la voz sólo al poder establecido" (pág. 115). Sin embargo, gracias a la escritura alfabética, más sencilla, cada uno podía acabar llevando sus propios registros. Con el perfeccionamiento de la técnica y su generalización entre los poderosos, el libro, tal como decía Borges, se convirtió en "una extensión de la memoria y la imaginación" (pág. 126).

 
Habla, cómo no, de los bibliopólai, los libreros, sin los que no hubiera habido copias, ni exportación de manuscritos.Y de los encargados de gestionar las bibliotecas: en 1910, las españolas estaban gestionadas en un 80% por mujeres, que fueron luego represaliadas tras la Guerra Civil, entre ellas, María Moliner. En los EE.UU. en 1934 se llevó también a cabo un proyecto de bibliotecas ambulantes gestionado exclusivamente por mujeres. Y ello resulta curioso porque durante siglos "la palabra pública pertenecía exclusivamente a los varones" (pág. 165). Ya decía Pablo de Tarso: Mulier in ecclesiam, taceat. Hace luego un recorrido por los diferentes géneros y se detiene en la Historia, aunque como escribió Heródoto "la verdad es huidiza, es imposible desentrañar el pasado tal y como sucedió" (pág. 182). En la comedia, desde Aristófanes, con sus críticas ad hominem, que eran tan celebradas. Y los libros de texto usados por el magister en sus lecciones. Ya hay una inscripción del s. II a. C. en Asia Menor, en la que se "especificaba que se debía enseñar a niños y a niñas" (pág. 198). Se daba la paradoja de que la tarea docente "era innoble al enseñar lo que era honorable aprender" (pág. 281) para los patricios romanos. La historia de los libros en Roma va asociada a la esclavitud, puesto que eran los esclavos quienes se encargaban de copiarlos. El brillo de los libros tiene también su cara oscura.  "Promocionar y difundir la lectura corría a cargo del escritor" (pág. 279), que lo hacía entre sus amigos, y gracias a los libertos. Y no voy a seguir mucho más. Todo el volumen es un compendio de información, de reflexiones agudas, de anécdotas sentidas, de curiosidades sin fin. "Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños" (pág. 401). Gracias, Irene.

José Manuel Mora.




Comentarios

aulaartisfigueras ha dicho que…
Gracias Jose Manuel
teresa ha dicho que…
Jose, en cada una de tus crónicas te descubres como apasionado lector y magnífico escritor.