En la ciénaga, de Jan Holoubek y Michal Marczak

 Cenagal tardocomunista.

Es tanta la oferta de las plataformas que últimamente, si veo alguna referencia sobre alguna que intuyo que me puede resultar interesante, o me recomiendan algo, voy confeccionando un listado de series pendientes. Luego no recuerdo por qué las anoté. La que voy a comentar creo que me resultó atractiva por ser polaca, algo poco frecuente, en un mercado dominado por la oferta estadounidense. Ya hay aquí películas comentadas de ese país, que me parece que hace un cine de calidad con bastante frecuencia, al menos el que nos llega.  En la ciénaga es el título con el que han traducido el término polaco Rojst, que tal vez contenga connotaciones que desconozco. Sus autores,  Jan Holoubek y Michal Marczak son para mí completos desconocidos, naturalmente. Y sin embargo ya adelanto que los cinco capítulos merecen mucho la pena.


Recuerdo la impresión que me causó la entonces llamada Alemania Oriental, cuando visité Berlín, Leipzig, y Dresde en el 92, casi recién caído el muro. Los centros se habían recuperado mediante costosos y perfectos lavados de cara de monumentos y edificios maravillosamente restaurados, pero la gente mayor seguía yendo con una bolsa en la mano para aprovechar cualquier oferta inesperada que se diese de repente. Muchos años después, en 2013, ya en el coro de la U.A., fuimos invitados a participar en Poznan en el encuentro de corales universitaras Universitas Cantat. Volé a Wroclaw y pude conocer ambas ciudades. En las dos se repetía el viejo esquema alemán: centros impecables y barriadas enteras de edificios grises, carcomidos por el tiempo, el moho y la suciedad, viejos y feos. Para la teoría comunista lo importante era tener un techo, no que este fuera de diseño. 



Esa misma estética, que me ha recordado mucho a la de Chernobyl, está reflejada perfectamente en exteriores e interiores de esta serie, ambientada en los ochenta, en la época del general  W. Jaruzelski, cuando la influencia soviética era determinante, localizada lejos de Varsovia y Cracovia, y que una vez más se centra en la búsqueda del asesino de dos personas, una prostituta joven y una activista del Partido, que aparecen degollados en un bosque cenagoso ya en el primer capítulo. Y lo que podría pensarse como otra serie negra, pronto comprobamos que en ella,  el entramado sociopolítico es tanto o más importante que saber quién es el criminal. Quienes se implican en la investigación, sólo por afán profesional, son dos periodistas, uno a punto de jubilarse, descreído y harto, a punto de marcharse a Berlín Occidental, y otro joven, que aspira a labrarse un nombre por sí mismo, lejos de la figura influyente de su padre, un capitoste del Partido. Tanto en la redacción del periódico, como en las autoridades policiales, judiciales y políticas, el ambiente es opresivo, cerrado, el silencio resulta conveniente si no quiere uno ver peligrar el puesto de trabajo o la propia vida. Se añade a esta trama principal, el suicidio de una pareja de estudiantes. Ambas líneas argumentales se entrecruzan y se van presentando de modo pausado, lejos del frenesí de las series estadounidenses, pero ahondando en el cenagal de silencios, mentiras, falsas apariencias, que acaban haciendo irrespirable el ambiente.


Andrzej Seweryn es el viejo zorro escarmentado y Dawid Ogrodnik, el becario recién llegado con ganas de comerse el mundo. Ambos componen un par de caracteres con suficiente entidad para enfrentarse y complementarse, muy bien interpretados. Ambos deben luchar además contra la burocracia omnipotente del sistema, la “nomenklatura”, que es quien establece las verdades en los informes oficiales. La realidad se puede retorcer para convertirla en propaganda. Todos van chapotenado en el lodazal, donde los árboles que lo pueblan muestran signos que acabarán desvelando un pasado terrible. La miseria moral afecta a todo ese grupo humano sojuzgada por el Partido único y sus normas, como suele suceder en las sociedades en las que la democracia no existe. De eso sabemos algo también los que vivmos en tiempos de la dictadurta franquista, con verdades igual de únicas e indiscutibles. Cuando termina, puede uno volver a respirar, lejos ya del ambiente opresivo que lo impregna todo.

José Manuel Mora. 






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