De la importancia del amor propio.
En un intento, no sé si vano, de ir recuperando la normalidad perdida, pretendo realizar actividades que he llevado a cabo durante casi setenta años, entre ellas la de ir al cine, pasear con sensación de libertad, bañarme extasiado ante un mar quieto... Ésta es la segunda peli que veo tras acabar el confinamiento y de nuevo, en una sala de casi 300 butacas, los espectadores enmascarados somos seis. La sensación de estar haciendo algo peligroso que tuve la vez anterior se ha disipado bastante y ello me ha pemitido disfrutar del recital interpretativo de la Peña. Inmensa. Se trata de de la última cinta dirigida por Icíar Bollaín, de quien he visto bastantes títulos previamente, aunque no todos me hayan parecido igualmente acertados. La boda de Rosa (2020). El guión ha sido escrito por la directora junto con Alicia Luna, premiada en Valladolid por su tarea en Pídele cuentas al rey (1999) y luego con un Goya por Te doy mis ojos (2004), junto a la misma Bollaín. Se nota que se conocen y que saben trabajar juntas. Desde Hola, ¿estás sola? (1995) la directora ha ido sabiendo componer una carrera fílmica con sus señas de identidad y valiente, en un territorio dominado por varones, en el que a las mujeres les suele costar más llegar a levantar una película, empeño difícil para cualquiera, como en la aventura de También la lluvia .
Bajo una apariencia de película menor el asunto me ha parecido de enorme trascendencia. Diré por qué. Una mujer, en esa difícil edad en que ya no se es joven, pero tiene uno energía para comerse el mundo, decide que está harta de ser el parche que todos usan para solventar sus problemas: en el trabajo, en la familia, y toma la decisión de reiniciarse de nuevo para hacer de su vida lo que de verdad desea para lograr ser feliz. Deberá romper con todo, dejar Valencia y trasladarse al pueblo de su niñez, donde las cosas todavía pueden ser más sencillas, Benicàssim. Y su decisión de comprometerse con ella misma quiere que sea pública, como en cualquier boda. Lógicamente no será fácil, puesto que su opción provocará un auténtico terremoto entre los que la rodean y pondrá en evidencia las pequeñas miserias de cada uno. Y bajo ese tono de comedia cotidiana, en la que todo parece transcurrir como en la vida, la directora y su guionista van dejando caer una serie de verdades en las que cualquiera puede verse reflejado: la maternidad responsable pero que no debe llegar a ser extrema, el cuidado de los padres debidamente compartido, el trabajo que uno elige, la pareja libremente escogida... Y el problema de la incomunicación, a pesar de todo lo que se habla en la cinta, porque muy pocos escuchan.
Hay un elemento que me ha complacido especialmente, el bilingüismo tan común en Valencia, al menos en las tierras en las que yo me movía, y el poder escucharlo sin el acartonamiento de la variante formal, tal y como la gente lo habla, ha hecho que lo disfrute doblemente y que me acerque más a los personajes y a la historia. Que la banda no toque "Paquito el chocolatero" en la boda, me ha parecido un acierto, al no caer en lo trillado. La secuencia de la gente dirigiéndose a la playa tenía mucho de berlanguiano, y como me decía mi amigo Javier, cierto aire a Manuel Vicent. No sé si los detalles mediterráneos se entenderán en otros sitios. Me parece que la peli podría haberse rodado en Grecia, en el sur de Italia, y aquí, claro. Hermoso canto a la libertad, al compromiso con uno mismo, como paso previo a ser querido y valorado por los demás.
José Manuel Mora.
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