Patria, la serie; de Aitor Gabilondo

 Literatura y cine.

Suelo temer las adaptaciones que se hacen de obras literarias al ser pasadas a otro medio, sea éste el cine, el teatro o una serie de televisión, como es el caso. Había disfrutado tanto el original de Fernando Aramburu, ya comentado en estas páginas en 2016, Patria, que temía el desencanto, más cuando uno ya conoce la trama. Sin embargo, al publicarse el cartel anunciador, se desató la discusión en las redes y se le acusó de equidistante. HBO Europe pensaba estrenar antes, pero el coronavirus hizo que se retrasara hasta este otoño. Eso, y la curiosidad por ver cómo un edificio de palabras se convierte en uno mucho más complejo que combina imágnes, música, actuación, me ha llevado a esperar cada domingo los sucesivos ocho capítulos de una hora. Aitor Gabilondo es el responsable del proyecto.Tiene un ojo de lince pues compró los derechos de la novela antes de que se convirtiera en superventas. Y ha tardado años en terminar su proyecto. La Wiki me chiva que fue también el encargado de las muy comerciales El Príncipe, o de Vivir sin permiso, que no vi, y de la desternillante Allí abajo, de la que seguí un par de temporadas. Ha recurrido a dos directores de solvencia, Félix Viscarret del que no vi la premiada Bajo las estrellas (2007) y Óscar Pedraza. Ambos se dividen a pachas la dirección de cuatro episodios cada uno. Una vez finalizado el visionado he de reconocer que me llama la atención la unidad estilística de ambos. Es cierto que el guión de Gabilondo da unidad al material, pero han debido de intercambiar muchos pareceres para redondear su obra. Y hasta aquí la parte técnica.


Ya hay aquí comentados otros trabajos sobre el terrorismo etarra (La línea infinita, de Barroso, o El final del silencio de Sistiaga, centrados en la banda) al parecer necesarios, puesto que entre los jóvenes universitarios de hoy en el País Vasco hay una mayoría que ya no sabe quién es Miguel Ángel Blanco. Ya desde los magníficos créditos se nos sitúa entre el simbolismo del paraguas rojo, la bala que lo atraviesa y la lluvia que todo lo empapa. Según el creador de la serie, ha pretendido centrarse en las consecuencias de la violencia etarra en dos familias de un pueblo vasco (el guipuzcoano Soraluce ha sido la localización exacta al prohibir su alcalde rodar en Hernani, donde se inspiró el escritor), amigas desde siempre: a Bittori ETA le asesina al marido, el Txato (el muy creíble José Ramón Soroiz), en el primer capítulo, por ser empresario y no poder seguir pagando el "impuesto revolucionario"; nadie sale a ayudarla. "Es lo que tienen las guerras", dirá Miren a quien le encierran al hijo en la cárcel, con torturas terroríficas de por medio, por formar parte de un comando; tiene la solidaridad de los que piensan como ella. El cese de la lucha armada en 2011 permite que la primera vuelva al pueblo donde acusaban al marido de chivato en las paredes. Pretende llegar a desentrañar la verdad: quién disparó y por qué. Y como en el libro, la historia se mueve hacia atrás para explicar el inicio del horror, la radicalización de Joxe Mari (el potente Jon Olivares), y consecuentemente la de su madre, alentada también por el melifluo cura abertzale; la marginación social que sufren el Txato y su familia (terribles las escenas de la carnicería o la expulsión del grupo ciclista); y los efectos en los restantes miembros de las dos familias. La figura de Joxian (Mikel Laskurain), el marido de Miren, me parece magistralmente retratada en sus silencios, frente a la fuerza arrolladora de su mujer. Cada uno de los hijos tendrá que gestionar como bien pueda el dolor de los padres y el propio, y enfrentarse a la realidad de la violencia, al ambiente enrarecido y fanático de las herriko tabernas, donde se cuecen los objetivos de la banda y los "señalamientos", y se alienta a la sociedad a participar en la "lucha". ¿Cómo gestionar el miedo en una sociedad que o bien ha tomado partido o bien guarda un silencio temeroso y mira hacia otro lado? La dignidad de Bittori es conmovedora en su dolorosa soledad. Como lo es la incapacidad de articular palabra de quien sabe del infierno vivido en su propia casa. Más difícil resulta el acercamiento a Miren, una mater dolorosa ante el hijo encerrado (impactan los encuentros carcelarios), que se sabe todas las consignas que defienden los partidarios de su hijo, con los que se solidariza y que aparece como la "villana" de la historia. Sin embargo ella, hablándole a S. Ignacio, al igual que Bittori hace con su marido en el cementerio, son exponentes de heridas incurables. El tiempo no ha pasado en balde por ellas. Su tristeza, tampoco. Maravillosa, la caracterización de ambas al envejecer, como la de Joxe Mari en la cárcel.
 
Como ha habido dinero de por medio en la producción, los detalles se han cuidado al máximo: vestuario, peluquería, interiores, localizaciones externas, la música, y todo bajo esa luz gris y esa lluvia implacable mezclada con la sangre. ¡Qué buen trabajo de fotografía! La verosimilitud tiene que ver también en el hecho de que los actores sean casi todos vascos. Su acento es el de allá,  la inclusión de términos en euskera de forma natural, como sucede en unos diálogos fluidos y creíbles. Hay quien ha criticado que se haya rodado íntegramente en castellano. Pero en el original así lo decidió Aramburu. Y siendo una serie de personajes, la elección de los actores era esencial. 
Elena Irureta (Bittori, para mí, desconocida) y Ane Gabarain (Miren, alejadísima de la cómica de raza que descubrí en Allá abajo), bordan sus papeles con una verdad y una naturalidad fuera de todo alarde interpretativo y muestran en sus personajes lo que fue durante tantos años una sociedad dividida y la necesidad de suturar heridas. Bien es cierto que cuando se sufre es difícil olvidar, pero también es verdad que sin reconciliación no hay futuro, para lo que es necesario que los causantes del desastre pidan perdón por tanta barbarie y conseguir reparaciones. Las víctimas etarras lo fueron sin querer serlo, mientras que los etarras se alistaron voluntariamente. Visto con perspectiva de los años transcurridos, ¿para qué sirvió tanto dolor?

José Manuel Mora.
 



Comentarios

aulaartisfigueras ha dicho que…
Pues de acuerdo en todo lo que dices. Me sorprende que te hayas olvidado de Arantxa, se merece dos palabritas emocionadas por tu parte , las mías ya están dichas. Me sorprende también la aparente escasa repercusión que ha tenido en los medios la serie. En tu caso también echo de menos una comparación valorativa novela-serie. Yo creo que es porque lamentablemente de las lecturas ya solo nos quedan las sensaciones ante la pérdida de memoria lectora y de la otra. Horror. Un abrazo y cuidate que me faltan referencias lectoras.
Unknown ha dicho que…
Efectivamente el personaje de Arantxa merece una valoración especial.
Me ha encantado la adaptación a la novela, porque le pone cara, luz e imagen al entorno de aquel momento en el País Vasco.
Gracias por tu blog, José Manuel, que es una referencia esencial para mi