Como polvo en el viento, de Leonardo Padura

 Puzle de la diáspora.

Con todo lo que llevo leído de este escritor, sabía que adentrarme en su último título volvería a llevarme de vuelta a La Habana. No voy a decir que sea razón suficiente, pero sus novelas anteriores aquí comentadas (Máscaras, 1997; Herejes, 2013; El hombre que amaba a los perros, 2015, ¡Premio de la Crítica en Cuba!) eran buena garantía. Así pues no me arredré a pesar de lo voluminoso del tomo. PADURA, LEONARDO. Como polvo en el viento. Barcelona: Tusquets Editores, 2020, Col. Andanzas, 665 págs. El autor la ha terminado de escribir en abril, ese mes tan cruel, aún más por la pandemia. De septiembre a octubre, la que manejo es ya la tercera edición. Así pues, una novedad y con visos de éxito. 


De Padura (La Habana, 1955) y de su obra ya he hablado en las anteriores entradas citadas más arriba. Quiero más bien detenerme en una razón sobrevenida a la lectura: La historia arranca con una foto subida a Facebook en 2014 desde La Florida, USA, que se tomó en 1990 en la Habana y en la que aparecen reunidos los integrantes de un grupo de personas que se conocen desde sus tiempos universitarios y que han acabado formando un "Clan", una comunidad de vida, de intereses, de gustos, de afectos, que vive en "una sociedad en donde lo que no era legal estaba prohibido" (pág. 68) y que en realidad no era más que "una cofradía de buenas personas empeñadas en ser mejores, jóvenes obedientes, participantes en una hazaña histórica" (pág. 484). Se reúnen ritualmente en enero a celebrar el cumpleaños de Clara, "que ha sido el imán que nos ha mantenido así, apretados, como el Clan que somos" (pág. 136). El resto de los miembros, Darío, Elisa, Bernardo, Irving, Joel, Horacio, Walter, Fabio y Liuba, alguna pareja de ocasión y dos de los vástagos, Ramsés y Marcos, junto con la entonces nonata Adela, conforman las piezas del puzle al que hago referencia en el título de la entrada. Educados en la ortodoxia revolucionaria, sus vidas se ven trastocadas durante el "periodo especial", la gran crisis iniciada en la Isla en el 92 tras el derrumbe de la Unión Soviética, ahora "un territorio exhausto donde todo estaba en fase de demolición" (pág. 153) y donde "el miedo [...] formaba parte del oxígeno que se respiraba en la isla" (pág. 141). Todo ello hará que "el Clan sonriente se disperse como polvo en el viento" (pág. 138), mítica canción del grupo Kansas, Dust in The Wind, de 1977. Y cada uno lo hace como buenamente puede. De ahí lo de la diáspora inicial, aunque "nadie se va del sitio en que es feliz" (pág. 67), al menos sin sufrir un hondo desgarro. 
 

Para ello el autor ha construido un relato que parte del presente de los tiempos de Obama y en el que las piezas van encajando y van explicando a cada uno de los personajes en los sucesivos capítulos, iluminando al tiempo con una luz nueva a los que los rodean. No es esta una idea demasiado original. Aquí mismo está reseñada El Grupo  de Mary Mccarthy, que disecciona a las integrantes de una pandilla de amigas neoyorquinas de los años 50. En éste, el retrato de cada uno de ellos, de las motivaciones que los obligan a marchar es hondo y crítico. "Entre viajar y emigrar existe un pozo insondable [...] Pero lo empujaba sobre todo, una determinación más poderosa que la pertenencia o el desarraigo, la familia o los amigos: el deseo de vivir sin miedo" (pág. 216) para Irving, que como buen homosexual sabe a lo que se expone si se queda; el deseo de medrar de Darío, capaz de hacerse independentista en Cataluña para mejor integrarse; o el de ejercer la profesión adecuadamente retribuida de Horacio en la Uniuversidad de Puerto Rico [recuerdo a un matrimonio de profesores universitarios que ganaba 25$ al mes]; o la necesidad de ocultarse para siempre ante un hecho dramático e íntimo de Elisa... Tan sólo se quedan en la Habana Clara y Bernardo. Y a pesar de la distancia y del tiempo, de su recorrido vital condicionado por la realidad de su tierra, y de su evolución íntima, estas gentes persisten en la cercanía afectiva, en la solidaridad, en la preocupación mutua, fruto de una amistad profunda, aunque algunos de ellos crean que no son ya sino polvo en el viento. "¿Qué nos ha pasado?", se preguntan; "Nos ha pasado que perdimos" (pág. 319).
 
Y una vez fuera, viven la paradoja de la contradicción extrema del exiliado: "No somos de aquí. Porque acá es como si no existiéramos [...]. Acá no somos lo que allá érmos" (pág. 369). Y a la vez, personas con una capacidad autocrítica tremenda. Una de ellas deja esta definición de la cubanidad: "Somos gentes que preferimos odiar y envidiar, más que crecer con lo que tenemos" (pág. 447). Para llegar a esta visión tal vez es necesaria la distancia, o el cambio generacional: "allá están empeñados en arreeglar las cosas con las mismas soluciones que nunca funcionaron" (pág. 526), opina Ramsés; o el paso del tiempo con el consiguiente desencanto: "¿Este es mi país? ¿Cómo hemos podido llegar a esto? [...] ¿Cuáles eran las proporciones de la corrupción?" (págs. 577/578) se pregunta Clara ya en la sesentena. Para contar todo ello el escritor ha debido tener todas estas historias en su mente o en sus cuadernos de notas y las ha ido encajanado luego en saltos temporales que funcionan como contrapunto emocional. Rabia por la partida que no se desea pero se ve como necesaria, remembranza dolorida, melancolía por la patria irrecuperable. No creo que sea una novela que agrade a los del aparato: "encasquetarse la máscara de comunistas íntegros y pasearse por el mundo, jodiendo de paso a cualquier infeliz" (pág. 384), a pesar de que el escritor sigue viviendo allá. Pero tampoco son vistos con menos ojo crítico  los que se van, aunque se entiendan sus razones. Y permeándolo todo el habla cubana, tan creativa, tan sabrosa a mi oído: "Por qué tanta investigadera?" (pág. 181); "una gritería y un tremendo sal-pa-fuera" (pág. 244); "el cabrón frío este del coño de su madre que me la tiene pelada" (pág. 619). Lo que no quita para que el gran escritor que es Padura deje caer metáforas magníficas: "Una piedra de silencio calló en la terraza" (pág. 200). Es posible que con tanto personaje y tantas historias, en ocasiones pueda haber elementos reiterativos, pero el dibujo de cada uno es tan profundo que tardarán en borrarse de mi memoria y la crisis en la que viven sigue presente en tanto noticiario de actualidad. 
 
José Manuel Mora.  
 

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