El peón, de Paco Cerdà

 Diferentes peonajes

                          Todo es un tablero de ajedrez de noches y días donde el destino juega con piezas humanas.

                                                                                                                                          Omar Khayyam

Nuevamente me he dejado llevar de la mano de Carmen, mi librera de 80 Mundos, en torno a la mesa de novedades. Seguramente, sin su indicación, no habría reparado en el librito, a pesar de la atractiva foto de la cubierta. Creo que ya he dicho con anterioridad que el ajedrez siempre fue un juego que requería demasiada concentración, y yo siempre he sido un culo inquieto. Tal vez por eso, aunque mi padre me enseñó los movimientos y el valor de las piezas, nunca me aficioné. Tenía, además, mal perder. Mi hermano pequeño jugaba con interés y previsión y siempre me ganaba. Pese a este desinterés, creo que hay aquí ya alguna reseña sobre un libro que se centra en el asunto: La novela del ajedrez, de S. Zweig. Y el título sobre el que me dispongo a escribir ya es bastante explícito, aunque guarde una sorpresa. CERDÀ, PACO. El peón. Logroño: Ed. Pepitas de calabaza, 2021, y ya en su tercera edición, ha recibido el Premio Cálamo al Libro del Año 2020 y parece que se han comprado los derechos para convertirlo en serie, al calor del exitazo de Gambito de dama. La foto de la cubierta de la que hablaba, que se prolonga en el interior del solapón, es de Martín Santos Yubero, excelente fotógrafo de mediados del siglo pasado.

 
Cerdà (Genovés, Valencia; 1985) es periodista, que además ejerce como editor y escritor tanto en valenciano como en castellano. En 2017 publicó Los últimos. Voces de la Laponia española, sobre el fenómeno de la despoblación que ya trataron LLamazares y del Molino. Ha trabajado también temas populares como la pilota valenciana o les albaes. Y se ha distinguido por la atención que ha prestado a los sectores de la sociedad más desfavorecidos. El título del presente libro podría inducir a error y a pensar que se trata de algo relativo exclusivamente al juego del ajedrez. Sin embargo pronto se descubre que las pretensiones del escritor van mucho más allá.
 
 
Lo que arranca con el enfrentamiento en el torneo de Estocolmo en 1962 entre el estadounidense Bobby Fisher (neoyorquino "arrogante, genial, impredecible, obsesivo. Excéntrico. Ambicioso." pág. 9, y aparentemente con síndrome de Asperger, superdotado y solitario), y el español Arturo Pomar (palmesano, nacido en 1931, "de corta estatura, calvicie prolongada y dentadura de posguerra." pág.9), pronto va ampliando el foco ya que, como dijo el primero, "el ajedrez es la vida". Y así el escritor ha decidido hablar de la vida de entonces, de ese año 1962, para lo cual ha investigado en archivos, hemorotecas, imágenes de No-Do, libros publicados con anterioridad, de los que da cuenta en una bibliografía final, y vamos descubriendo que en ese año sucedieron muchas más cosas que aquel enfrentameinto entre dos de los más grandes ajedrecistas del mundo. Y va apareciendo toda una galería de personajes que no fueron nunca determinantes por sus actos, pero que lucharon por sus ideas o por sus países y que luego, como los jugadores de aquel torneo, fueron olvidados, juguetes rotos, como lo fueron Joselito, Marisol, Pablito Calvo, o incluso Marilin Monroe, que le cantó el happy birthday a su presidente y que "era la dama, un nimio peón" (pág. 141).
 
 
De entre aquellos peones, hoy relegados al olvido, Julián Grimau, que fue arrojado por la ventana mientras estaba detenido, antes de que se le formara un consejo de guerra con pena de muerte subsiguiente. O Francis Gary Powers, que espió desde el aire el territorio de la antigua URSS, aunque no era más que "un peón caído en un tablero donde otros mueven las piezas y deciden los movimientos" (pág. 16) y acabó siendo canjeado. O Pedro Sánchez, "puro maquis en huida" (pág. 31). O un falangista desencantado que se atrevió a gritar: "Franco, eres un traidor [...] con voz perfectamente audible y potente, impropia de un peón" (pág. 51). O lo sucedido en Asturias, siempre en el fatídico año de 1962, donde "los siete peones de Mieres están dispuestos a poner en jaque una mina" (pág. 63) y a toda la cuenca con su huelga en lo profundo. Porque el peón es aquel "condenado siempre a moverse adelante, es el único incapaz de volver atrás" (pág. 61), aunque en su insignificancia "una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja" (pág. 39) y quedan así igualados, pero sólo dentro de la caja. O "el decano de la represión penitenicaria" (pág. 92), desde 1941, Marcos Ana, liberado por fin veinte años más tarde. O a miles de kilómetros, en los USA, James Meredith, primer estudiante de color en acceder a la universidad en Misisipi, "peón negro intentando alterar el tablero de las razas, que no es sino el tablero del poder y del dinero" (pág. 96). O Dionisio Ridruejo, "ahora demócrata apasionado, cuando fui apasionado falangista en 1936" (pág. 101) confiesa, cuando participó en el judeomasónico y famoso Contubernio de Munich. O aquel peón derribado en la crisis de los misiles en Cuba, Rudolph Anderson, con su avión U2. Va conformando así el autor su metáfora sobre esas insignificantes piezas del ajedrez que, como vienen definidas en el diccionario, se declaran "sin arte ni habilidad, mera infantería, de calidad menor, subordinadas a intereses ajenos" (pág. 146), pero que en su avance siempre adelante, consiguen que algunas cosas cambien.
 
 
El enfrentamiento entre Fischer y Spassky en el año 1972 acabó por dejar claro que no era más que "una sinécdoque de un mundo bipolar" (pág. 128). Y resulta curioso que el adalid de la potencia americana terminara por renegar de su país, perseguido por sus autoridades por "haber ultrajado a su patria de palabra, escupitajo y omisión" (pág. 225) y pidiendo ser acogido en Islandia, donde finalizaría sus días. No hay en todo este recuento mucho espacio para la filigrana literaria, el estilo es seco, preciso, sin embargo no quiero dejar de consignar aquí un oxímoron deslumbrante "El rey negro, caudillo de nombre, viste de blanco almirante" (pág. 113) y una hermosa metáfora, dura como un puñetazo, para describir al negro angelino "empapado en su propia sangre en un charco espeso de lentísimo avance: bodegón americano, triste género atemporal" (pág. 53). El libro resulta así un compendio de personajes rescatados del olvido por el trabajo del autor, que decidieron batallar "sabiendo todos que nunca un peón es sólo un peón" (pág. 246). 
 
José Manuel Mora. 

 

 

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