La vida lenta, de Abdelá Taia

 Migrante, marroquí, homosexual, ¿terrorista? 

He de reconocer que en este caso fue la cubierta la que atrajo enormemente mi atención desde la mesa de novedades. Los retratos de la colección de El Fayum, (tablas funerarias pintadas en el siglo I, descubiertas en el XIX al sur de Cairo y conservadas en el British Museum) siempre han ejercido sobre mí una poderosa fascinación desde que los vi por primera vez. Me parece increíble la profundidad psicológica que logró el retratista al plasmar estos rostros para el recuerdo de familiares y amigos. Tienen un aire de rabiosa modernidad. La mitad de la cara velada daba un toque de mayor misterio al libro. TAIA, ABDELÁ. La vida lenta. Madrid: Cabaret Voltaire, 2020; trad.  excelente de Lydia Vázquez; 282 págs. Esta editorial independiente se ha especializado en literatura francófona y con vocación transgresora. Su aspecto es cuidadísimo, con páginas de respeto en negro mate y un satinado agradable en la cubierta. 


El nombre del autor, Abdellah Taïa (Salé, Marruecos, 1973), no me resultaba desconocido y, al repasar este cajón "desastre" en que se ha convertido este blog, vi que ya había leído una obra suya anterior, El que es digno de ser amado, y que me había gustado. Ya decía en aquella reseña que seguramente volvería sobre él. No voy a repetir aquí todo lo referente a su biografía, ya expuesto allí, pero sí que lleva escritas nueve novelas desde 2009, que ha dirigido una película basada en su obra homónima El ejército de Salvación (2012), y que escribe en prensa artículos de opinión muy respetados. Estudió Literatura Francesa en Rabat y vive en París desde 1998.
 

Los atentados sucedidos en 2015 transformaron absolutamente la vida de todos los franceses por la conmoción que causaron, pero especialmente la de los migrantes magrebíes, tanto si estaban integrados como si no, aunque fuera gente nacida en Francia de segunda o tercera generación. Empezaron a ser vistos como la otredad absoluta y eso suele sentirse como algo peligroso, "Desde 2015, la policía, los militares y los vigilantes armados hasta los dientes han transformado París, Francia, en una nueva zona de guerra. Para protegernos, dicen" (pág.144). Más si, como en el caso de Munir, el protagonista, y una de las voces narradoras, se vive en precario, a pesar de tener un doctorado en Literatura Francesa del XVIII. "Rechazan sin sentirse culpables por ello, al otro, a los otros" (pág. 111). Otra de las voces es la de Mme. Marty, una anciana de 80 años, su vecina del piso de arriba, que sobrevive en un cuchitril abuhardillado. Ambos igualmente excluidos de la sociedad de la "Liberté, égalité, fraternité", acabarán enfrentándose, "No hablábamos, ladrábamos" (pág. 24), a pesar de la relación amistosa que mantenían previamente, "Simone, eres la única persona con la que tengo una relación de verdad" (pág.104), lo que hace que intervenga la policía, con detención incluida. 
 
 
Hay todavía una tercera voz, la de Maydulin, prima de Munir, que vive en Bruselas y a la que su madre quiere casar para "salvarla" de las malas influencias europeas, concertándole un matrimonio con alguien magrebí, algo a lo que ella se niega y por lo que pide ayuda a su primo para que intente evitarlo. El libro, con muchos elementos autobiográficos, da para rememorar episodios pasados, como el intensísimo de Sufian, un funcionario con el que el joven Munir, apenas 15 años, coincide en un autobús atestado y del que se enamora perdidamente, al no sentirse por primera vez utilizado, como le sucedía en su barrio con los adultos suburbiales que se aprovechaban de él. Con su condición al descubierto, "¿qué hacer de mí, de mi vida en Marruecos ahora que todo el mundo sabía oficialmente que era marica, una loca en ciernes?" (pág. 48). Se imponía la emigración a la antigua metrópoli para abrirse camino, dado el rechazo social y legal que existe en ese país a los de su condición. Y allí, con sus estudios, sus relaciones, su formación, se encuentra incómodo dans sa peau, por ser "el maricón sofisticado que París ha hecho de mí" (pág. 77), con un nivel cultural muy superior al de un policía con el que liga en el metro y con el que establece una relación. Emocionante es también el relato que hace la vieja, de la suerte que corrió su hermana Manon, acusada de tener tratos con los alemanes durante la Ocupación, con todo lo que eso comportaba. 
 

Llama poderosamente la atención el estilo sincopado que el escritor utiliza, con frases cortantes, sin guiones de diálogos que indiquen quién habla, con estructuras trimembres "Una chispa y pierdo pie, Una chispa y salto. Una chispa y exploto" (pág. 16), con la consiguiente intensio, y en las que abundan las enumeraciones con la misma finalidad: "Te lanzas. Diriges. Seduces. Danzas. Amas. Dominas, a tu manera" (pág. 2619). Hay mucho de lirismo seco, sin ternurismo, cortante. Todo ello hace que el libro se lea con avidez y con la misma rapidez con la que el escritor parece haberlo redactado, aunque sea falsa esa aparente sencillez y seguro que está muy trabajada. ¿Qué puede hacer el desclasado, el transterrado que se ha integrado culturalmente, aunque eso no se perciba desde fuera dados sus rasgos beur (forma de decir árabe en argot) y provoque inquietud en los que lo rodean? La vieja Simone le dice "Te has vuelto como nosotros. A tu manera, y con esa locura tuya, eres como nosotros. Hablas mejor que yo la lengua francesa. Conoces mejor que yo la cultura oficial de este país" (pág. 271). ¿Le servirá de algo en esa "vida lenta, interminable. Que ya no significa nada"? ¿Qué puede hacer alguien que no es francés y que ya tampoco se siente marroquí en una sociedad que no acepta integrarlos y que los infravalora y los teme? Gran contradicción la de alguien que tiene un idioma materno distinto de aquel en el que escribe. Todo el libro resulta así un testimonio de esa sociedad convulsa en la que vivimos y que tan dura se va haciendo para los que vienen de fuera. 
 
José Manuel Mora.

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