Comer y rascar...
En poco tiempo parece que las plataformas están apostando por abrir camino a directores e ideas españoles. Días de Navidad, una miniserie de tres capítulos, fue colgada hace poco en Netflix, que posibilitó un rodaje tal y como lo deseaba su creador, Pau Freixas, con todo lo necesario para una producción digna, pero que no logró atraparme, aunque la interpretación de Ángela Molina, Charo López, Verónica Forqué y Victoria Abril en el último episodio estuvieron a la altura de lo que se espera de ellas. Imagino que por pura coincicdencia, Isabel Coixet ha estrenado casi a la vez (4 de dic.) la primera ficción televisiva española en HBO España y que supone su primera incursión en el mundo de las series, la comedia de amor y gastronomía Foodie love, de ocho episodios de media hora cada uno, perfecta para un maratón que se disfrutará más si se ve compartido.
El guión lo firma también Coixet, que asegura que es muy "biográfico", en la medida en que muchas de las cosas que los personajes dicen, las ha dicho antes ella. Y es cierto que, para quienes hemos visto pelis suyas anteriores (la sigo desde Mi vida sin mí, y me consquistó definitivamente con La vida secreta de las palabras, o bien Learning to Drive o La librería, aquí comentada), el "aire" de diálogos y personajes es muy suyo. Ha rodado en Japón, Italia y Francia, además de en Barcelona, y lo ha hecho con cuatro directores de fotografía para que los capítulos tuvieran cada uno su "ambiente" particular, lo cual está plenamente conseguido: los interiores de los distintos restaurantes, las calles de Roma o Tokio, el campo francés, todas las atmósferas están cuidadísimas. La banda sonora es exquisita y las canciones que elige tocan el corazón de los que tenemos unos años: las italianas, las francesas, el fado...
Dos personajes, sin nombre, "él" y "ella", se conocen a través de una aplicación de teléfono para gente a la que le gusta comer. Ya no son jovencitos: él, con más de cuarenta y ella una treintañera preciosa, ambos con un pasado que les va pesando, pero que están dispuestos a conocerse, a disfrutar compartiendo comidas exquisitas, y a arriesgar. Cómo evoluciona la relación es uno de los grandes aciertos de la serie, gracias a un guión chispeante, de réplicas ágiles y sopresivas por ambas partes. Ambos son enormemente inteligentes y tienen sentido del humor, cada uno el suyo, bien es cierto, lo que puede provocar malentendidos, que se apresuran a intentar subsanar. En literatura, la corriente de conciencia ayuda a conocer el pensamiento de los personajes, aquí son sus voces en off las que nos revelan la cara oculta de lo que están diciendo, o bien los bocadillos de los cómic que delatan lo que sienten. El enfrentamiento es tanto entre personas como entre sexos, muy equilibrado. Ambos son capaces de llevar la iniciativa, o de sentirse vulnerables por razones distintas. Sobrevuela la relación tanto el posible compromiso, o el miedo a contraerlo, como el terror a la soledad, dos temas muy Coixet. Hay la desconfianza inicial lógica entre desconocidos, la atracción creciente, el sexo desaforado, el enamoramiento, el desguace vital...
Ambos tiene poder adquisitivo (ella editora; él, matemático), porque si no difícilmente podrían pagarse algunos de los platos que saborean realmente. Lo hacen en un café, en un bareto de copas exquisito con una chica de barra con un ojo azul de lo más intuitiva, en un puesto de mercado a base de tapas, en un restaurante de varias estrellas, todo ello sin caer en la tontuna de los "comidistas", pero siendo capaces de disfrutar con cada plato. El modo de rodar cada plano es curiosísimo, sobre todo los que suponen conversación en paralelo; en vez de jugar al plano/contraplano, la cámara transita de un rostro a otro dejando casi fuera de campo al que no habla. Las referencias cinéfilas (Hiroshima, mon amour) o literarias son constantes. Desde los iniciales títulos de crédito la directora pone su sello y nos avisa de la frescura de su propuesta, aunque como en alguno de los platos, la acidez venga mezclada con el dulzor.
Guillermo Pfening y Laia Costa son los actores a quienes Coixet ofreció los papeles protagonistas, aunque hay cameos divertidos. A él, argentino sin exagerar, no lo conocía, y a ella, tan catalana y políglota, no la había visto actuar antes, aunque su nombre me sonaba. Ambos son arrolladoramente simpáticos, frescos, arriesgados en la relación. Hace falta mucha química para rodar según qué planos. Y se nota que se conocen y se entienden. La naturalidad en las conversaciones es su mejor arma, por no hablar de los gestos, las miradas son tan cómplices como desoladas cuando hace falta. La francesa Agnes Jaoui está impecable; Yolanda Ramos, la chica de la barra, tan empática. No quiero dejar de señalar que el paseo que ofrece por las calles de Roma, con los planos de las paredes, me hubiera gustado rodarlo a mí. La vendedora de helados filósofa, es todo un hallazgo. Quienes no gusten de la directora deberían abstenerse. Yo la he gozado de principio a fin.
José Manuel Mora.
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