Fargo, IIIª Temporada, de Noah Hawley

Los Estados Unidos de Trump
 
No he podido ni he querido dejar pasar más tiempo y me he abalanzado sobre la tercera y ¿última? temporada de una serie que me ha retrotraído, por el enganche que me ha supuesto, a los mejores momentos de Breaking Bad, o a los de The Wire. La firma de los Coen, siendo solo coproductores, está cada vez más presente. Y el círculo se cierra. Hablo, como los improbables seguidores de este blog habrán podido deducir, de Fargo, IIIªTemporada. La mano del creador de la idea global, Noah Hawley (quien se ha puesto de nuevo al frente del tinglado tras acabar Legión, que no me interesó ver), sigue ahí, lejos ya de la peli original, aunque el paisaje natural y humano que recrea sigue siendo altamente reconocible. Estamos, según los falsos títulos de crédito iniciales, en 2010, principios de Facebook y de las redes sociales, y se prolongará, con una maravillosa elipsis desde el primer plano de un rostro, hasta 2011. Casi ahora mismo. Seguimos en medio de ninguna parte, Eden Valley (tremenda ironía), esto es, en Minnesota, uno de los estados del Medio Oeste, ahí donde ha ganado Trump, y donde la comisaría de la protagonista no tiene ni siquiera internet. Prácticamente no hay planos de ciudades, todo parece suceder en medio del campo, una llanura ilimitada, crujiente de hielo y nieve a la espera de que ésta se tiña de sangre. Son esos Estados Unidos que no suelen salir en las pelis y que tampoco se suelen visitar cuando uno va de turismo por allá. Fue estrenada a principios de 2017, lo que quiere decir que casi me he puesto al día.


Arranca, sin más explicaciones, en el Berlín Oriental de 1988 (el primer capítulo es el único que ha dirigido el creador de la serie). El inquietante interrogatorio que presenciamos, causado por una coincidencia en los nombres, no tiene continuidad y la relación con el capítulo inicial que lleva a una muerte por confusión nominal no parece tener nada que ver con el resto de la temporada.... Salvo que ésta concluye con otro interrogatorio de signo opuesto. En el primero se juzga a alguien por un crimen que no ha podido cometer, en nombre del todopoderoso Estado. En el último se contrapone el bien, la Ley,  con el mal más abyecto, de connotaciones simbólicas, en un tú a tú sin un desenlace claro, más bien abierto a que el espectador decida lo que va a pasar. Tal vez una manera de dejar entornada la puerta para una prolongación de la serie, aunque estas tres temporadas no tenían continuidad ente sí y pueden verse de manera autónoma. Todas poseen un aire de familia: unos personajes perdedores y otros que, aunque parecen no serlo, resultan enormemente infelices. Unos crímenes sin sentido que han de ser investigados por una mujer de fuertes convicciones aunque de baja autoestima (parece no existir para las puertas automáticas o caulquier cosa que funcione con sensores), de la estirpe de la comisaria de la cinta inicial y de la embarazada de la primera temporada, todas enfrentadas con jefes, superiores inútiles y machistas. En la segunda había un comisario protagonista, pero "la mala" era también mujer. Y la presencia del absurdo como desencadenante de la tragedia, un papelito que se vuela, un confusión de apellido. Lo que empieza con un tono casi de comedia enloquecida, se va tiñendo poco a poco de negritud, de sinsentido. El mal en estado puro.

O no tanto, puesto que aquí ya se ha producido la crisis de Lehman Brothers y ese será el detonante que lleva al triunfador de los Stussy (Emmit) a pedir un préstamo de un millón de dólares, lo que le hará  perder la empresa de aparcamientos (construcción en definitiva) y la tranquilidad vital (no destripo nada; lo importante no es el qué, sino el cómo y el por qué). Frente a él, su hermano el fracasado (Ray), agente que se cuida de presos con la condicional y que está perdidamente colgado de un pibón al que debería vigilar pero del que ha acabado enamorándose, hecho del que ella se aprovecha con su gran poder de seducción, que ambiciona situarse ganando un campeonato de póquer; ambos recuerdan a la pareja de la segunda temporada. Y en una triangulación perfecta (los hermanos ,enfrentados por un sello rarísimo, son dos caras de la misma moneda, muy bíblicos, interpretados magistralmente ambos por Ewan McGregor, con un extraordinario poder de dar vida a dos seres tan contrapuestos), un tipo llegado de ¿Inglaterra?, dado su acento, que se va haciendo con todo desde el interior de un camión repleto de tecnología punta. Repulsivo hasta decir basta, bulímico, violento a distancia, todo para conseguir tanto dinero como pueda para desaparecer de listados de Hacienda y de cualquier otro lugar comprometedor. ¿No suena concomitante con algunos personajes de nuestra realidad, cuyos caudales se han extraviado en Panamá, Suiza o Andorra? Como la vida misma.


David Thewlis, a quien no recordaba de Harry Potter, ni tampoco en El niño del pijama de rayas (2008), o en la más cercana Macbeth (2015), comentada aquí. No creo que se me despinte; su encarnación de la ambición y del poder omnímodo a partir de la crueldad extrema de sus dos secuaces, uno búlgaro y el otro oriental, es de las que dejan huella. Las dos mujeres son también magníficas y se sitúan en polos opuestos a la hora de interpretar: Carrie Coon, entrañable, sobria, mujer y madre además de policía, que no da fácilmente su brazo a torcer ante la cabezonería del machista de su jefe y que encuentra un apoyo estupendo en una colega latina divertidísima; y Mary Elizabeth Winstead, la novieta de Ray, inasequible al desaliento en el juego, en devolver cada golpe, en engatusar a quien sea necesario, en salir de cualquier atolladero, todo para sobrevivir. Hay un cameo de un personaje de la segunda temporada, aquel matón que era sordomudo y con quien coincide ésta última. Un guiño más, divertido, como el de iniciar uno de los capítulos, el cuarto, con la voz en off de Pedro y el Lobo de Prokofiev, que va identificando a los diferentes personajes con los de la fábula.
 
                      
La banda sonora es excepcional: lo que suena durante la partida de cartas (Prisencolinensinainciusol, de Adriano Celentano), el famosísimo Kalinka ruso, la Sonata nº 23 de Beethoven con la que flipa el malvado, el tema musical compuesto como en las anteriores temporadas por Jeff Russo, de un lirismo y una tristeza absolutos, acompañan a las imágenes a la perfección, a veces como contrapunto, otras para subrayar el ritmo paralelo de las secuencias. Son éstas, las imágenes, a través de una excelente fotografía, de una negritud tan opaca como la mayoría de las almas de los personajes. Cuando salen al exterior suelen ser planos apaisados, de carreteras interminables, de horizontes infinitos, deshabitados, fríos, donde si ocurre cualquier cosa no se puede pedir ayuda. La desorientación y la desprotección de algunos de ellos los pueden hacer estallar en llanto ante unos hechos que se les escapan de las manos y un mundo que ya no comprenden. Como le dice la policía a su hijo: "El mundo no tiene mucho sentido. Lo único que nos puede ayudar es estar unidos". Mundo violento, negro, que produce adicción, tal vez por los personajes que siguen peleando por que la ley se cumpla. Me ha parecido redonda, aunque si tuiviera que elegir entre las tres temporadas, ya que se pueden ver independientemente, tal vez elegiría la segunda, como la más redonda.

José Manuel Mora






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