Corazonadas, de Benito Taibo

 Tíos y sobrinos.

Ya lo tengo dicho aquí: se llega a los libros por caminos intrincados a veces. Gracias a las famosas redes estoy recuperando amistades de lo más profundo del pasado. De repente contacto con Blanca, del D.F. nada menos, compañera de lectorado en mis tiempos de Bordeaux III. La volví a encontrar en mi visita a la capital mexicana en los ochenta y fue de lo más hospitalario, como si no nos hubiéramos dejado de ver. Hemos seguido de lejos la relación epistolar y, sabedora de mi gusto por la lectura, me recomienda el siguiente título. TAIBO, BENITO. Corazonnadas. Barcelona: Ed. Planeta, 2018, aunque en México se publicara en 2017. El correr a comprarlo sin tener ninguna referencia, más que su recomendación, es otra forma de llamar a la amistad. Desdel el libro de Poniatowska (La noche de Tlatelolco) y antes el de Fuentes (Diana o la cazadora solitaria), que no leía nada de una literatura que en su momento vino a renovar la narrativa en español con Rulfo en los orígenes,  y tantos otros, como Bolaño recientemente, y que con tanto gusto he leído siempre. 


Taibo es del D.F., donde nació en 1960. Poeta, historiador, guionista de televisión, activista en el periodismo cultural, en los comics y en la publicidad, parece que entre sus preocupaciones está el desarrollar el gusto por la lectura entre los más jóvenes. Ha sido multipremiado y la lectura ha sido una de las aficiones que lo han acompañado a lo largo de toda su vida. Hay rastros de ello en el libro. "Los libros han sido nuestra guía y nuestra brújula en la vida, nuestra tabla de salvación y nuestra cama de clavos para disfrutar a gusto de las pesadillas que también saben provocar" (pág. 154). Y en otro sitio: "Nadie puede experimentar en cabeza ajena. Pero la literatura brinda esa espectacular y única posibilidad" (pág. 53). Buenas razones para leer. Aporta otra interesante: "Meterse en la piel y el alma de otro [...] es un privilegio que viene de la mano de la literatura" (pág. 97).



Desde el principio saebemos que se trata de un diálogo entre tío y sobrino a través del tiempo y de unos cuadernos encontrados en una caja ("son instrucciones, pistas, consejos, memorias, cuentos y sueños" (pág. 12), escritos por el primero. El muchacho, Sebastián, pierde a sus padres en un accidente de tráfico y el tío Paco se tiene que hacer cargo de él ("menuda responsabilidad", pág. 16) por una antigua promesa a su hermana, la madre del chico.  Sebastián lo define así en el "prólogo necesario": "Mi tío Paco, mi brújula, mi faro, el hombre que de muchas maneras me salvó la vida y logró convertir lo ordinario en extraordinario" (pág. 13). Yo, que tengo siete, no creo que reciba nunca semejante declaración de amor de este talante, pues no estuve cerca de ellos cuando empezaron a hacerse grandes, cuando se fraguan las confabulaciones, y después ya no había modo de ser cómplices (parece que mi amiga Blanquita ha tenido más suerte con las suyas, o se las ha trabajado más). Paco y Sebastián lo logran al hacer de la necesidad de convivir, la virtud de sentirse responsables uno del otro, a pesar de haber sido el primero hasta entonces un soltero de oro, libérrimo en su vida pública y privada ("Nunca pensé en tener hijos, quería andar a mi aire" (pág. 15). Parece ser que se trata de una reformulación de la historia contada en  Persona normal (2016) por Sebastián, que ahora es narrada por el tío Paco. La estructura es sencilla: una serie de capítulos que cuentan una anécdota determinada, independiente de las demás. Con el trascurso del tiempo, de las experiencias que ambos viven, de las lecturas que comparten, el vínculo se estrecha y el carácter del adolescente se va formando en valores, como el sentido crítico, la importancia de la palabra dada, la igualdad entre sexos, la solidaridad, el amor como elemento imprescindible en la maduración de los seres humanos...


Traigo a colación esta imagen porque los dos personajes se llaman mutuamente Robinson y Viernes, como en el libro de Defoe, aunque no quede claro quién enseña a quién al final. Es ésta una referencia explícita, pero la historia guarda otro montón de ellas: los poetas imprescindibles para una educación sentimental como es debido (Neruda, por supuesto Vallejo y un tal J. Sabines, del que no había oído hablar), las historias de aventuras que nos pueblan la mente y nos hacen soñar con emularlas, como les sucede a ellos en una isla desierta cerca de Cozumel; y ahí están Salgari, Verne, Golding, C. McCullers, Stocker, Shakespeare, Austen, Sepúlveda y, cómo no, García Márquez. Me gusta la idea de que "los hijos no deben parecerse en absoluto a sus padres [...] cada uno debe ser como le dicte su naturaleza, su entendimiento y lo aprendido con el tiempo" (pág. 139). Dos pegas pequeñas: no sabemos de qué vive ese tío que se dedica a las "tareas propias de su sexo y condición", educar, comprar, cocinar un mole poblano exquisito, casi la única referencia a la realidad mexicana (todo podía haber sucedido en cualquier otro país). Entrar en un escritor y en un libro supone adentrarse en un lenguaje que conforma un mundo. Apenas un mexicanismo, "apapacho", nos sitúa por allá; y una referencia a la realidad política mexicana, creo que la única: "Sonó tan falsa como una declaración de político mexicano" (pág. 57). Es evidente que se trata de un libro de intención didáctica, que se lee con agrado y que estoy convencido de que gustaría a mi alumnado, si aún tuviera que andarles recomendando libros. Dejo la tarea y esta sugerencia a quienes todavía siguen en esa lucha que no termina nunca, la educación.  

José Manuel Mora. 

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