Tiempos recios, de M. Vargas Llosa

 Dictadores, USA y la United Fruit Co.

De un Premio Nobel hay poco nuevo que decir. De un lado, es sobradamente conocido por su vida social. De otro, ha hecho su carrera a caballo entre las dos orillas del Atlántico y en este blog hay ya comentadas algunas de sus últimas obras (El sueño del celta me gustó especialmente y Conversación en la Catedral creo que es ya un clásico). Así que voy directamente a reseñar el último de sus títulos: VARGAS LLOSA, MARIO. Tiempos recios. Barcelona: Penguin Radom House, 2019; 351 págs. Tal vez valga la pena señalar que el título lo tomó el escritor de Teresa de Cepeda; aquellos, como los que narra Vargas, parece que fueron "recios" de veras. 


Una de las razones por las que he comprado el libro, además de por las excelentes críticas que leí, es que está ambientada en Guatemala, país que visité en 1997, cuando hacía poco que estaba saliendo de una guerra civil de décadas, y con fosas que empezaban a desbrozarse a riesgo de un balazo para los que se atrevían a intentar  desenterrar el pasado de horror vivido por tantos. A pesar de todo el sufrimiento que nos contaron y el miedo que pasamos en la zona del Quiché, el país me pareció un sucedáneo de paraíso.También pesaba la honda impresión que me dejó La fiesta del chivo (2000) cuando la leí, con el terrorífico retrato del dominicano Trujillo. Casi todos los grandes escritores latinoamericanos han dejado constancia de las tropelías de los dictadores que han abundado por aquellas latitudes. Miguel ángel Asturias, otro guatemalteco con el Nobel del 67, ya había hablado de esta figura en El Señor Presidente (1946), trasunto del Manuel Estrada Cabrera de principios de siglo pasado. Cuando la descubrí en Salamanca, quedé estupefacto por la magnitud del personaje. Nos habían explicado en clase el precedente que supuso el Tirano Banderas (1926) de Valle. Los leíamos todos: El recurso del método (1974), de Carpentier; Yo, el Supremo, de Roa Bastos; El otoño del patriarca (1975), de García Márquez... Vargas tenía dónde inspirarse. 



El corpus de la novela viene precedido a modo de prólogo por un "Antes", en el que de forma sucinta y ajustada a los datos históricos, el escritor plantea los antecedentes que explican lo que luego sucedió, con la omnipresente United Fruit Company, la Frutera, el "Pulpo", que "ejercía un monopolio tiránico en lo que concernía a la producción y comercialización del banano [...] de la electricidad y del ferrocarril" (pág. 18). Con el primer gobierno de Arévalo (1945-1950), "primero de la historia de este país que salió de elecciones realmente libres" (pág. 21) y con su amor a la democracia representaba "una seria amenaza para la U. F." (pág. 22), con su Ley para la Reforma Agraria, con una ley antimonopolios, con la sindicación libre, con cargos impositivos hasta ese momento inexistentes... Para los Estados Unidos de Eisenhower, en pleno macartismo y Guerra Fría, "el problema no era sólo Guatemala [...] sino el contagio" (pág. 23). Había entonces en los USA expertos en propaganda y manipulación políticas que fueron capaces de trasmitir a la prensa, radio y televisión de signo liberal  el temor  a que aquel país se convirtiera en un satélite soviético y mediante "la propaganda había impuesto una afable ficción sobre la realidad" (pág. 28). Todo ello, como para el resto de la novela ha tenido que suponer una exhaustiva tarea de recabar los datos necesarios para ser preciso en lo que se va a contar.



Se inicia entonces la narración elaborada por el escritor, con personajes que uno piensa ficticios, Miss Guatemala, Abbes García, y que luego resultan ser históricos, aunque con el tratamiento novelesco necesario. Llega el golpe de estado de 1954 contra el democráticamente elegido presidente en 1951 con el 75% de los votos, Jacobo Árbenz, quien se había hecho consciente de que en Guatemala "había un serio problema social de desigualdades, explotación y miseria" (pág. 44), golpe encabezado por el "caimán", el militar Castillo Armas, "CaCa", "Cara de Hacha", apoyado por los USA, que desde 1953 "habían resuelto por fin derrocar a Árbenz" (pág. 60), y con la ayuda de Somoza y Trujillo, a lo que se unió "la oposición de los finqueros [...] iracunda y tenaz" (pág. 93) y el soporte de la Iglesia. Inmediatamente después del triunfo de la Revolución Liberacionista (sic) se vivió "un país en estado frenético en el que la caza a los comunistas, reales o supuestos, era la obsesión nacional" (pág. 122). Y los daños colaterales: torturas, devolución de tierras a la United Fruit y a los finqueros, anulación de impuestos, quema de libros... "En Guatemala la historia retrocedía a toda carrera hacia la tribu y el ridículo" (pág. 125). Hasta que en 1957 el periodo de Castillo Armas terminó con su asesinato en forma de atentado por otro de los secundarios de la novela, el Jayán. Le sucedió Miguel Ydígoras Fuentes como nuevo mandatario, quien también cayó bajo un golpe de estado.  
La última parte del libro se integra en un "Después", en el que el propio autor va a Washington a visitar a Miss Guatemala, de 80 años ya, quien había sido la querida de Castillo Armas y que se decía había ejercido enorme poder, con ánimo de entrevistarla para concluir su libro y aclarar muchas de las habladurías contradictorias que tuvo que enfrentar en sus investigaciones. El volumen se cierra sin conclusiones claras, seguramente porque se consideró que "se debía borrar todos los trazos de la participación de de los U.S.A." (pág. 268) y el autor deja las espadas en alto para que cada quien saque sus propias conclusiones.


Y ahora viene la parte crítica de la reseña: en otros libros suyos, los retratos de los personajes son potentísimos, de una fuerza inusitada, concentrados en los que resultan claves. Aquí se multiplican, y su número diluye la intensidad de los mismos. "Castillo Armas era flaco, alto, y algo contrahecho, la negación misma del porte militar" (pág. 80); o bien: "se decía por allí [...] que C.A. era nada más que un mamarracho" (pág. 160). El que maneja los hilos de la trama, el embajador John Emil Peurifoy, "no era un imbécil. Un fanático y un racista, sin duda, y también un macartista" (pág. 239).  Él es el que consigue que se ordene a "soldados y policías [...] desatar una cacería de brujas sin precedentes en la violenta historia de Guatemala" (pág. 264), provocando un miedo pánico entre la población. "Hubo escenas de violencia en el campo, donde, en algunos lugares, se cometieron asesinatos colectivos" (pág. 271). El panorama resulta por completo desolador. "Pareciera que en el fondo de todos nosotros hubiese un monstruo" (pág. 283). De ahí tal vez la pertinencia de la imagen elegida para la cubierta, tomada de un mural de Rufino Tamayo. Con todo y lo terrible de lo que se relata, el desastre sufrido por ese hermoso paisito no ha llegado a conmoverme porque he tenido la sensación de que el escritor ha usado mucho de su saber y de su técnica para construir la historia: buena y abundante información; maneja a la perfección su acostumbrado estilo indirecto libre; usa descripciones mínimas y efectivas sin abusar ni sorprender, "una lluviecita delgada, invisible, pero persistente" (pág. 109); los personajes se tratan de vos, al estilo de allí... Nada de la altura del Chivo o de Zavalita, por ejemplo. Tan sólo el capítulo VII ha logrado descolocarme: en él se alterna el presente de Trujillo con Abbes García al tiempo que aquél evoca su encuentro con Castillo Armas en el pasado, sin marcas que señalen la transición de un momento al otro, tan sólo el cambio de párrafo. Creo que este libro debería haberme conmovido o intrigado. No ha hecho ni una cosa ni otra. Lo he acabado porque quería saber cómo terminaba la historia, aunque leyendo la Wiki también me hubiera podido enterar. Una pena, D. Mario.

José Manuel Mora.    

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