Los asesinatos del Walhalla, de Þórður Pálsson

 Frío y oscuro

Hace ya muchos años, cuando las fronteras eran porosas y viajábamos como si no hubiera mañana, estuve una semana de 1999 recorriendo Islandia. Quedé fascinado. Era agosto. La luz no parecía acabarse nunca. Durante las horas de la supuesta noche, los automóviles circulaban con los faros encendidos para tener sensación nocturna. En el norte de la isla pude ver cómo el sol rebotaba en el horizonte sin llegar a esconderse, para comenzar una nueva jornada. Las calefacciones estaban siempre encendidas y las ventanas abiertas. La energía geotérmica es gratuita allí y las piscinas a cielo abierto se llenan de aguas cálidas. Acto seguido se podía navegar en una laguna glaciar en la que el hielo azul translúcido posee una antigüedad de millones de años. Peculiaridades nórdicas, como el género literario/televisivo conocido como nordic noir, que tan buenos ratos me ha hecho pasar desde que descubrí Bron-Broen (1915) o la magnífica Atrapados (2017), ambientada también en la "tierra del hielo", que es lo que significa el nombre del país. Así que, con sólo dos temporadas de ocho episodios y con duración de 45 mi., el maratón permite ver casi de una tirada Los asesinatos del Walhalla, de Þórður Pálsson, quien ejerce de director y guionista de esta serie de Netflix en su primera coproducción con el país nórdico. Viene avalada por la BBC y un gran éxito en aquellas tierras. 


Frente a mis recuerdos estivales, la acción se desarrolla en invierno. La nieve lo cubre todo, la luz es escasa y el frío emana de la boca de los personajes cuando están en el exterior. Los interiores, como suele suceder en el norte, son de diseño cuidado, diáfano, para permitir que penetre la claridad que sea posible. Las imágenes de Reikiavik no son de trjeta postal, al menos no he reconocido más que la curva de la ciudad abrazando al puerto. Son abundantes las historias con asesinatos en serie y una investigación en manos, cada vez con más frecuencia, de una mujer. Pronto se hace patente que los asesinatos tienen algo en común, como una forma de ritual y hay además un trasfondo real que inspiró a su creador. Todas las víctimas trabajaron en una orfanato para adolescentes, Walhalla, aislada en medio de ninguna parte. A colaborar con la inspectora llega un policía desde Oslo, Arnar  (Björn Thors), cuyo hermetismo no ayudará al principio. Sin embargo los superiores de Kata (Nína Dögg Filippusdóttir), que así se llama la mujer, no hacen más que ponerle dificultades. Los problemas personales de cada uno de ellos acaban influyendo en la propia investigación, así como el oscuro pasado de más de uno de los implicados. La prensa tendrá un papel importante al mantenerse atenta a lo que sucede y lo que se va descubriendo.


Aunque el ritmo de la historia, algo lento en los inicios, está muy bien llevado, ésta no deja de ser algo plana y en algún momento previsible. Las tramas paralelas tienen consistencia suficiente para que entendamos a los protagonistas y sus caracteres tan dispares, que deberán acabar confluyendo en una búsqueda común. Hosco, atormentado, de pocas palabras, él; intuitiva, pertinaz y curranta, ella.Y muy valiente, dentro de su aparente normalidad. Buen tándem. De alguna manera, y aunque se acaba resolviendo, da la impresión de que el final puede quedar en parte abierto para una posible continuación. 


Los paisajes son impresionantes, las panorámicas, abrumadoras. Y la fotografía tanto de extreriores como de interiores, consigue en muchas ocasiones que creamos estar viendo algo en B/N. La iluminación es en ese sentido un elemento importantísimo para crear el ambiente necesario. Sin ser esencial para la supervivencia, para los amantes del noir puede ser algo que ayude a pasar estos días de confinamiento que va llevando uno como buenamente puede.

José Manuel Mora.


Comentarios