Recursos inhumanos, de Ziad Doueiri

Brutal.
 
En este caso me atrajo el comentario crítico de una miniserie de Netflix, interpretada por alguien del que no sabía nada, dada mi nula afición por el fútbol. De repente me encontré con un jugador del Manchester United, que había ascendido a la categoría de mito para mucha gente, en concreto para el protagonista de Buscando a Éric, dirigida por K. Loach en 2009. Y de nuevo Éric Cantona vuelve a ser protagonista absoluto de una historia con un título muy sugerente: Recursos inhumanos (Dérapages), de 2020, una auténtica novedad para mí, que suelo llegar tarde a muchos de los fenómenos de las plataformas. Son apenas seis capítulos de 50 mi. cada uno.


Aunque del director libanés, Ziad Doueiri, había visto West Beirut (1998) y El insulto (2017), seleccionada para el Oscar, no lo recordaba por su nombre, aunque ambas me hubieran impactado cuando las vi. Esta vez ha trabajado sobre una novela homónima, publicada en Alfaguara, de Pierre Lemaitre (París, 1951), a quien traje hace muy poco a colación a propósito de la película Nos vemos allá arriba, cuyo original ganó el Goncourt de 2013, y que aquí se ha hecho cargo del guión. De su novela primigenia se dijo que era una obra maestra del thriller, junto al otro referente francés del género, Fred Vargas. Lamento haber visto la serie antes de leer el libro. Y me explico. La manera en que está desarrollada la historia es sorprendente por muchos motivos que seguramente estaban en el libro, pero que han sido trasladados a las imágenes con maestría absoluta. 


El arranque es casi tópico en el sistema económico en el que nos movemos de un liberalismo desatado: un hombre que ha trabajado toda su vida, se encuentra cerca de los sesenta, despedido desde hace seis años, con una hipoteca que aún no ha acabado de pagar y unos trabajos precarios donde se pone a prueba su aguante en lo que a dignidad personal se refiere. Surge de repente ante él la posibilidad de un buen puesto que consiste en seleccionar al ejecutivo de una gran empresa de la Défense que deberá despedir a cerca de 1500 trabajadores, para lo que se pondrá a prueba a los candidatos mediante un juego de rol consistente en la simulación de una toma de rehenes, para comprobar quién está dispuesto a priorizar los intereses de la empresa por encima de los propios. Y pensé que estaba ante una revisión de  El método Grönholm del escritor catalán Jordi Galceran. Cuando la vi en 2003 me impactó por lo despiadado de la relación de los candidatos encerrados en una habitación peleando por el puesto. Sin embargo los giros del guión, absolutamente inesperados, nos situarán pronto en el interior de la cárcel desde donde el protagonista va contando su situación y sus motivaciones.


La mujer y sus dos hijas de un lado, una de ellas abogada que aceptará defenderlo, el amigo marginal, bebedor y buena gente por otro, la máquina implacable de la justicia, el ambiente carcelario, el afán de venganza de los directivos, todo va confluyendo en un aparente cul de sac. El hombre, que se define como no violento, aunque capaz de lo que sea por salvarse él y a su familia, pone de manifiesto lo difícil que puede resultar no ejercer violencia en situaciones extremas, esas en las que la desesperación puede llevar a la rabia y a un afán de venganza contra el sistema injusto. Lo que se inició como algo de tintes sociales, en línea con Loach, acaba convirtiéndose en una cinta de suspense, de acción, de retrato psicológico de alguien que en los inicios es una víctima y que acaba convertido en manipulador inteligentísimo y violento, dispuesto a todo. 


Es cierto que el ritmo que el director imprime a la historia es endiablado, que la tensión no acaba de ceder en ningún momento, cada vez por un motivo diferente, que los personajes que lo rodean completan el entramado de relaciones para dibujar perfectamente la situación (no cito al resto del reparto, ajustadísimo). Sin embargo todo ello no llevaría a la intensidad con que se ven los seis capítulos si no fuera por la presencia arrolladora de Cantona. El orgullo herido, la fragilidad, el enamoramiento, la desesperación, la autojustificación, la maquinación constante para vencer todo lo que está en su contra... Todo ello es capaz de expresarlo con su cuerpo de 1'90 de estatura y con la expresión de su rostro, captado en enormes, profundos primeros planos que aguanta a pecho descubierto. El actor se sale. Sólo por este recital interpretativo ya vale la pena ver la serie. El toque de crítica social, de denuncia de la situación en las cárceles o del funcionamiento de la justicia, el inmenso poder de los poderosos, esos que siempre caen de pie, la situación en la que quedan los parados de edad, como juguetes rotos, sin dignidad ni reconocimiento, todo ello completa esta apasionante historia de Lemaitre, muy bien contada por el libanés Doueiri. Creo que es de obligado cumplimiento. Ahí lo dejo.

José Manuel Mora. 

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