El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes

La guerrilla jienense.

                                     "Tienen, por eso no lloran,
                                   de plomo las calaveras". 
                                                                                         F. García Lorca

No recuerdo las razones que tuve en su momento para dejar de lado este libro, habiendo leído y disfrutado otros títulos de la serie Episodios de una guerra interminable. Sin embargo a veces el azar nos coloca en nuestro sitio por caminos insospechados. Que yo le hablara a mi fisioterapeuta y sin embargo amigo Baste de La madre de Frankestein y le recomendara su lectura, al tiempo que le regalaba mi ejemplar, hizo que él me ofreciera a cambio, pero con devolución por venir dedicado, el volumen que me faltaba de GRANDES, ALMUDENA. El lector de Julio Verne. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror, Jaén, Sierra Sur, 1947-1949 Barcelona: Tusquets Editores, 2012 en su primera edición, que es la que manejo; 417 págs. que incluyen un breve epílogo de la autora. Como siempre, en la cubierta, una imagen de la época, coloreada, y muy sugerente, como todas las otras que se incluyen en la serie. Y no voy a referirme a la biografía de la escritora, que ya viene consignada en otros títulos citados más abajo.


De nuevo una casa cuartel, con esa convivencia impuesta y poco natural. No podía no recordar una novela ambientada en un espacio semejante, El fulgor y la sangre, de Ignacio Aldecoa, publicada allá por 1954 y que yo debí de leer en mis tiempos salmantinos de los setenta. Me causó una gran impresión, aunque sólo recuerde ahora a aquel grupo de mujeres esperando saber cuál de sus maridos había caído muerto. Aquí son otras las circunstrancias, porque son otras las fechas: finales de los años cuarenta, el final oficial de la guerra va quedando atrás, pero la guerilla de la Sierra Sur de Jaén se resiste a desaparecer, comandada por Cencerro, lo que hace que los números del puesto deban estar constantemente alerta por lo que pueda suceder. Sin embargo hay un ritornello  a lo largo de toda la historia: "esto es una guerra y no se va a acabar nunca" (pág. 65). "Los del monte", los llaman; "la sierra está llena de bandoleros" (pág. 46) retrucan las gentes de orden. "Guerrilleros" o "maquis", no sé si sabían que su causa estaba perdida, pero se negaban a rendirse. "Esto es una guerra peor que la guerra" (pág. 65), dice la madre del protagonista.


Y así llegamos a la voz que estructura toda la narración, la de un niño de nueve años, Nino, a quien vemos ir tomando conciencia de la realidad en que vive, hijo de un guardia y llamado a continuar la tradición para poder comer, "Porque tú, de mayor, querrás ser  guardia civil, como tu padre, ¿o no? (pág. 25). Su destino parece estar trazado pero "a los nueve años, yo tenía claro que no quería ser guardia civil" (pág. 33). Toda la historia se cuenta desde los ojos de ese niño que siente una curiosidad muy fuerte por un tal Pepe el Portugués, ser misterioso, recién llegado a la aldea y que vive al margen de todo en una casucha a la orilla del bosque, cazando, pescando y recogiendo miel. "Era la persona más especial de todas las que conocía" (pág. 44), alquien que "sabía hacer hablar  a la gente sin revelar nada de sí mismo" (pág. 49) y que pronto ya "se había convertido en una de las personas más importantes de mi vida" (pág. 53), aunque no más fuera por ser un espíritu libre, que no se veía sujeto a normas, como casi todo el resto de habitantes del pueblo. El otro gran personaje que marcará el futuro de la criatura es Doña Elena, una señora del norte, retirada allí con su nieta, "Me enseñó [...] un camino, un destino, una forma de mirar el mundo" (pág. 191) a la que ayuda mucho los libros de su biblioteca que va prestando al chaval: Los hijos del capitán Grant, y otros títulos de Verne que el chico irá devorando y que, como suele suceder a esas edades, abren ventanas insospechadas a nuestra imaginación y a nuestra manera de estar en el mundo. Y no sólo el escritor francés, también Galdós y su Dos de mayo, le servirá para marcarse pautas de conducta. Sin embargo es el Portugués quien dejará una huella profunda en su comportamiento: "Después de hablar con Pepe, había decidido pensar por mi cuenta" (pág. 234), lo que supone el inicio de su etapa adulta.  



La manera de contar esta historia responde a un estilo muy consolidado de la escritora. Aunque el hilo argumental es aparentemente lineal, Grandes es muy aficionada a la analepsis, (perdón, flashback para los de inglés) para explicar los antecedentes que aclaran los comportamientos de los personajes. También usa la prolepsis, (ups!) o anticipación, como sugerencia que promueve el interés por lo que va a suceder: "no pasó nada, excepto que el mundo se puso boca abajo" (pág. 39). Todo ello mantiene la tensión narrativa a la perfección. La otra gran baza es el dibujo de los personajes: la madre de Ninño es perfecta como ser sufriente y angustiado ante todo lo que pasa y no puede controlar; el malvado Sanchís, "su risa también era desagradable, gruesa y pellejuda como la de un sapo" (pág. 107), cruel y despiadado con los de la sierra, capaz de disparar por la espalda haciendo uso de la terrible "ley de fugas" y sin embargo tierno y enamorado con Pastora, su mujer, la coja que luego he vuelto a ver aparecer en  La madre de Frankestein, como hacía Galdós con sus personajes, que se movían entre títulos diferentes para lograr una mayor cohesión del mundo creado. También se hace referencia a los del restaurante de Toulouse, exiliados en Inés y la alegría. El punto de vista cambia con agilidad y puede pasar de una persona narrativa a otra en la misma frase: "Y los tiros de madrugada [3ª persona], porque su marido intentó escapar, señora [sin uerba dicendi], (pág. 155).



Además de buen pulso narrativo tiene, como su admirado Galdós, gran oído para captar el habla popular y caracterizar a los personajes usando a la perfección el decoro poético. Aquí los motes de muchos de los habitantes del pueblo suenan auténticos, y lo son, según confiesa ella misma en el epílogo: "Fingenegocios", "Comerrelojes", "Saltacharquitos", "Mediamujer", "Mariamandil"... Puede pasar de un lirismo desgarrado "donde florecía el moho de un miedo perpetuo" (pág. 219), a otro elegantísimo, "un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal" (pág. 17), "pronunciaba sin dudar sus nombres soleados, misteriosos [...] adelfa hibiscus, buganvilia" (pág. 21). Y de ahí al expresivo "Métete la lengua en el culo, Piriñaca" (pág. 283). Todo para trasmitir una realidad, oculta en la sierra jienense, entonces terrible: "la regla de oro consistía en acatar la voluntad del terror" (pág. 96), con torturas incluidas "Un dolor cada vez más desnudo, más exhausto, más dolor" (pág 79), o bien, "España se ha convertido en un país de asesinos y asesinados" (pág. 218). Y esta última definición de la situación de los habitantes de la Casa Cuartel [si es casa no debería ser cuartel, ¿no?]: "Nosotros no podíamos escapar porque habíamos aceptado aquella mierda de vida, habíamos bajado la cabeza para ofrecer el cuello a aquella violencia infinita" (pág. 364). Porque era con aquella violencia infinita con la que se pretendían levantar los "25 Años de Paz", que yo ya viví. "Una paz que no era más que otra derrota" (pág. 382). Con todo, el carácter vitalista de Grandes nos permitirá respirar hacia el final, cuando sepamos cómo un niño de pueblo, con una escolarización pobrísima y esclerotizada, ha sido capaz de contar "la época más importante de mi vida", según dice al inicio, (pág. 17). Los libros de aquel lector voraz, bendita doña Elena, tuvieron bastante que ver. 

José Manuel Mora.

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