La madre de Frankestein, de Almudena Grandes

 Manicomios.

Sin haberlo programado, antes de que comenzara este mal sueño que nos tiene encerrados, lo de "confinados" me parece un cultismo que pretende suavizar la situación,  inicié la lectura de un volumen de más de quinientas páginas. No me arredré, porque ya he leído otros títulos de la escritora y sé que se beben como en situación de sequía. GRANDES, ALMUDENA. La madre de Frankestein. Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica. (1954-56). Episodios de una Guerra Interminable. Barcelona: Tusquets Editores, 2020, 1ª edición de febrero, 560 págs. No hay sin embargo referencia crediticia a la hermosa foto de la cubierta. Grandes explica en youtube que se trata de un fotógrafo estadounidense que la tomó en la plaza de toros de Pamplona en 1955, en B/N y coloreada para la edición. No recuerdo su nombre. Se trata pues de una relativa novedad, aunque no sea ese concepto lo que guía mis elecciones, a veces caprichosas, otras llevadas por el azar.


 Aunque ya había leído narraciones suyas, la rompedora para la época Las edades de Lulú (1989) en la Sonrisa Vertical, aquella colección berlanguiana tan atípica para estas latitudes, fue a partir de 2011 cuando empecé a seguir esta conjunto de Episodios de una Guerra Interminable, proyecto de largo aliento que Grandes (Madrid, 1960) inició en 2011, con  Inés o la alegría; me salté después El lector de Julio Verne, no sé si acertadamente, y reincidí con Las tres bodas de Manolita (2014) para volver a disfrutar a modo. Y tres años después, Los pacientes del Doctor García  me hizo ingresar en la cofradía de quienes intentarán terminar este fresco inmenso de un periodo triste de nuestra Historia, si la maldita pandemia nos da ocasión. Al mismo tiempo, y celebrando el centenario de D. Benito, he ido leyendo alguno de sus Episodios, que he ido comentando en estas "páginas", lo que me permite establecer relaciones, que no comparaciones, lo que sería absurdo, puesto que son momentos literarios diferentes y distintas son también las maneras de publicarlos, lo que condiciona la obra.


Una vez concluida su lectura, la escritora nos proporciona alguna de las pistas que la han llevado a escribir "una novela de ficción sobre hechos reales" (pág. 534). Como en ocasiones anteriores su imaginación se ha puesto en marcha a patir de textos previos, como el Manuscrito encontrado en Ciempozuelos, del psiquiatra Rendueles, que éste escribió a partir de un historial clínico, el relativo a la paciente Aurora Rodríguez Carballeira, condenada por el asesinato con cuatro tiros de su hija Hildegart, en 1933, e ingresada después en el manicomio del pueblecito madrileño. Algo de esto ya sabía gracias a la película de F. Fernán Gómez, de 1977, Mi hija Hildegart, cuya historia tanto me conmocionó en aquel entonces. La muchacha, tan superdotada como su madre, quiso independizarse de la tutela materna. Aquella consideró que "Hildegart era mi obra, explicó Dª Aurora, y no me salió bien" (pág. 41), en consecuencia "la he matado para salvarla [...] Yo la hice y yo la he destruido" (pág. 44). Y éste es uno de los ejes temáticos de la novela. Es una de las voces en primera persona de la historia: los monólogos interiores, casi corrientes de conciencia, en los que la mujer va desgranando sus obsesiones, su fanatismo, su paranoia, "Ellos querían apoderarse de su alma, prostituir su espíritu" (pág. 43), la cursiva es mía. Sin embargo la escritora la ha sabido humanizar para alejarla de la caricatura.


Y a este manicomio viene a parar en 1953 el Dr. Velázquez, procedente de Suiza, y de un largo exilio al que llega tras escapar de los bombardeos fascistas por el puerto de Alicante en el  Stanbrook hacia Orán y de allí a Marsella y Neuchâtel, donde estudia medicina bajo la protección de un psiquiatra judío amigo de su padre. Y descubre que su tarea en el psiquiátrico no va a ser fácil. "Lo mejor en España, en 1954, era no abrir la boca" (pag. 62), más siendo hijo de un médico encarcelado por rojo. Su intención es probar un nuevo tratamiento con las internas, lo que no es bien visto ni por las autoridades médicas de la época, comandadas por Vallejo Nájera, defensor de las "doctrinas eugenésicas patrocinadas por el Estado franquista" (pág. 28), ni por las monjas encargadas de la institución, aunque la hermana Belén, quien considera que "la enfermedad mental es la peor cárcel que existe" (pág. 130), acaba dándole la oprtunidad de ensayar el tratamiento. "El manicomio de Ciempozuelos era un modelo a escala de la sociedad" (pág. 65), por lo que "si las cuerdas importamos poco, imagínese las locas [...] Están enfermas, están solas, no le importan a nadie" (pág. 132). 
El tercer personaje, de enorme potencial, es María, auxiliar de enfermería y nieta del jardinero del hospital, a quien Dª Aurora enseñó a leer, aunque ahora no la reconozca cuando le dedica un rato cada tarde, y que trabaja en el centro: "eso fue lo que le conté al Dr. velázquez" (pág. 77), introducción que permite el cambio de narrador y de perspectiva. "La historia de la nieta del jardinero era un minúsculo fragmento de la historia de España [...] pero su verdad era tan grande [...] una herramienta capaz de abrir una brecha en la axfisiante urna del silencio" (pág. 135). Ella y Germán se reconocen como almas gemelas que tratan de olvidar sus respectivos pasados y que pretenden tener otra oportunidad en un país en el que "la resignación, [...] la conformidad, [...] eran el botín más precioso de todos los que había conquistado F. Franco" (pág. 358) y en el que la moral oficial impuesta a través de los Cursillos de Cristiandad y de los púlpitos de la jerarquía capitaneada por Eijo Garay era la dominante, la que junto con López Ibor pretendía curar la homosexualidad a golpe de electrochoque o de confesión culpable, "la cárcel portátil, de pura mierda, que aprisionaba los sentidos, el cuerpo y la mente de todos los españoles" (pág. 235). A ellos hay que sumar la friolera de 117 personajes más, perfectamente identificables en sus actitudes, en sus modos de hablar, en sus maneras de estar en el mundo. Y esas historias trascurren entre 1954 y 1956, pero el tiempo mental de todos ellos se remonta a los años previos a la Guerra Civil y llega hasta 1979, momento en que Germán publica una novela con el mismo título que la que tenemos entre manos. ¿La misma? ¿El origen de la presente? 



Toda esta trabazón de historias supone por parte de la autora una planificación previa  extrema y una pericia especial para transitar de un tiempo a otro, de una vida a otra, acelerando el tempo o pausándolo para incrementar el interés. También los diálogos son magníficos, algunos dentro de la narración, sin guiones: "El señor me señaló con la cabeza, no tenemos mucho tiempo, Andrés" (pág. 41). La manera de caracterizar animalescamente a los personajes más despreciables es muy sabia: "Eijo Garay [...] cara de mala leche [...] y Armenteros [...] cara de ratón" (pág. 186); Vallejo Nájera [...] tensaba sus labios de sapo" (pág. 70). Por contraste María "era una yema batida con azúcar" (pág. 308), y en las tardes soleadas "nuestra Sherezade particular" (pág. 254). Hay otros perfiles de mujeres, como el de Rafaelita, enferma violada de forma anónima, a la que le arrebatan el hijo nada más nacer, para entregarlo a una familia comme il faut, práctica no demasiado infrecuente en la época, como luego se ha sabido. El de Pastora, una mujer libre  que "fue el mar y fue la isla" (pág. 174), que ya apareció en El lector de Julio Verne. El de la hermana Anselma, perfectamente dibujado en su maldad de alma pequeña. Todo ello expuesto con mano maestra para las descripciones: "Los pasillos eran de tarima, madera de roble barnizada que brillaba bajo la luz del sol como un estanque de caramelo" (pág. 13). O bien, "Hasta que el aire de una tarde de abril dejó de ser azul para empaparse del color de la sangre de mi madre" (pág. 100). O para terminar con un juego metafórico: "Bajo una luz oscura, turbia, impotente para disipar la memoria de la noche, el hielo se apoderó de la ciudad,. Luego la dejó a solas con un resplandor bello y peligroso, un cielo inmaculado que empezó a romperse en pedazos muy pronto" (pág. 484). A. Grandes novela de nuevo, bajo la sombra tutelar de su admirado D. Benito (Fortunata y Jacinta, junto a Tormento, vienen citadas y como él la escritora hace desfilar por estas páginas a personajes de otras novelas del ciclo), la memoria de tantas vidas anónimas que sin su contribución habrían quedado sepultadas por el olvido, como tantas tumbas en cunetas anónimas. Espero sobrevivir al enclaustramiento pandémico y llegar a leer la última de las entregas de este magnífico corpus novelístico.

José Manuel Mora. 

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