John Adams, de Tom Hooper

 Historia estadounidense.

Es poco frecuente que, después del visionado de una serie o de una peli, la lectura de un libro o la asistencia a una representación teatral, incluso al regreso de un viaje, no acuda a estas páginas a dejar constancia de mis impresiones, de un lado para recordar que leí, vi o estuve; de otro por si mis reflexiones sirven de orientación a quienes, como yo, pueden andar tan desnortados como cuando emprendo una determinada actividad. Por eso me resulta extraño no haber dicho nada respecto a una serie que me ha gustado mucho: John Adams, en la plataforma HBO, de tan sólo siete capítulos, y de producción estadounidense, del año 2008 nada menos, ya ha llovido. Consiguió 13 premios Emy de aquel año. Y a la hora de las reponsabilidades, no sé si situar en cabeza al creator, supongo que quien tuvo la idea, Kirk Ellis, quien es además guionista, a partir de la novela de David McCullough, premio Pulitzer y National Book Award, o bien a quien se ha encargado de trasladar la historia a imágenes, el británico Tom Hooper, de quien disfruté y mucho sus películas El discurso del rey, Los miserables y La chica danesa. Como este último se ha encargado de la dirección de todos los capítulos, ha sido con quien he decidido referenciar esta entrada. 

 






















Como bastante tiene uno con conocer la Historia del propio país, siempre entrevista de pasada para los que no somos especialistas, la Historia de otros territorios nos es francamente desconocida. Ver esta miniserie le permite a uno acercarse al nacimiento de una nación, centrada en la vida de quien fue su segundo presidente (1797-1801), abogado burgués de sólida formación, pero amante de cultivar su terrenito en su granja. Y la serie va dejando claro que en los orígenes del país no está un afán de independencia de la metrópoli, sino inicialmente una defensa de la libertad de prensa. Es cierto que Adams sería posteriormente un motor de la exigencia de independencia de Gran Bretaña mediante la promoción de la unión entre las trece colonias, y que participó en la elaboración de la Declaración de Independencia junto a Thomas Jefferson y Benjamin Franklin en 1876. Consiguió préstamos importantes de los banqueros de Ámsterdam. Influyó en la elección de G. Washington como jefe del ejército, con quien llegó a ser vicepresidente durante dos mandatos. Y cuando llegó a la presidencia, tras cuatro años, acabó siendo derrotado por Jefferson, convertido en acérrimo enemigo, aunque ambos se respetaron siempre y reaunudaron su amistad hasta el fin de sus días, que fue simultáneo. Todo esto es alta política, sin embargo me ha interesado enormemente la figura de su esposa, Abigail Smith Adams quien, además de su mujer, ejerció de consejera sensata y de apoyo constante, opuesta siempre a la esclavitud, además de sacar adelante a sus hijos, entre quienes estaba John Quincy Adams, quien llegaría a ser sexto presidente de la nación.


Tras la rápida síntesis anterior, uno podría pensar que estamos ante un fresco para especialistas. Sin embargo la serie cosechó un gran triunfo, entre otras razones, por la cercanía con que se muestran sus personajes, sin nada de hagiografía, antes bien mostrando al protagonista como un hombre lleno de contradicciones, de fuerte carácter, padre autoritario, obstinado, a la par que bondadoso, conocedor de las leyes y defensor de la separación de poderes y del respeto a los ciudadanos que conforman la democracia. Todo ello hace enormemente atrayente la figura de Adams, encarnado por  Paul Giamatti, quien tiene muchos años de protagonismo en películas importantes y que aquí ha de sobrellevar el paso de los años hasta la vejez, como testigo de toda una época, tarea de la que sale airoso. Laura Linney ejerce maravillosamente de esposa abnegada, sabia, luchadora, buena consejera. Hace poco que la había visto actuar con mucho acierto en la serie Historias de San Francisco. Ambos componen un duelo interpretativo en el que van del enfrentamiento por intereses encontrados, a la sintonía colaborativa perfecta, gracias a un amor que se mantiene a través del tiempo y a un guión que lo sirve a la perfección. La devoción que él le muestra es conmovedora. Todo ello supone el contrapunto perfecto a la parte histórica, ampliamente documentada. Stephen Dillane (sí, el Stannis Baratheon de Juego de tronos) compone un Jefferson muy creíble, taimado y humano a la vez, al igual que me parece fascinante la encarnación que hace del excéntrico Franklin el británico Tom Wilkinson (Full Monty, Shakespeare in Love), quien logró un Globo de Oro al mejor actor de reparto. En un papel exquisito, aunque más breve, está Sarah Polley, como siempre sensible y frágil. Y el tremendo Danny Huston, de la saga del director.


En la producción se deben de haber invertido cuantiosos dólares, porque resultan espectaculares las localizaciones, el vestuario, las caracterizaciones, la fotografía. La entrevista de Adams con el Rey Jorge III (Tom Hollander), con toda la preparación protocolaria es divertidísima.  Es cierto que, para los desconocedores de la Historia de aquel país, algún capítulo puede resultar farragoso, pero el conjunto se sigue con interés. Se echa de menos algo de visión crítica de personajes y decisiones, pero se trata de uno de los padres fundadores, por lo que algunas figuras, como la de Washington, son intocables. En cualquier caso, muy interesante opción para estas tardes pegajosas de verano extraño.

José Manuel Mora. 



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