Perry Mason, de R. Jones y R. Fitzgerald


 No es un remake.

Se me hace evidente que necesito escribir al acabar de ver o de leer. De otro modo olvido detalles y sensaciones. Con todo, y a pesar de haber transcurrido ya un par de semanas, quiero dejar aquí una breve impresión de una serie a la que llegué porque su título era, para mí, mítico: Perry Mason. Sus creadores son  R. Jones y R. Fitzgerald, éste último es también guionista, aunque son otros quienes han traducido a imágenes el original de Erle Stanley Gardner, abogado y escritor de la época de D. Hammett y R. Chandler, quien escribió más de cincuenta novelas centradas en su personaje. Mi recuerdo de la serie de entonces era en el B/N de aquella televisión primigenia de los años sesenta, la única que había, con doblaje puertorriqueño que nos sonaba extrañísimo y que fue muy imitado y caricaturizado. Raymond Burr encarnaba a Mason, quien resolvía los casos sin despeinarse, tan políticamente correcto él, salvo por el papel asignado en su despacho a Della Street, la secretaria eficiente, que se mantenía en segundo plano. HBO ha decidido trasladarla a los años posteriores a la Gran Depresión en ocho capítulos. Yo he dejado aquí además aquella imagen icónica, que me retrotrae a mis 16 años, cuando no me planteaba nada de todo esto y la familia al completo seguía los casos con apasionamiento después de cenar.






















Los Ángeles en los años treinta debía de ser una ciudad terrible. El petróleo, los Juegos Olímpicos de 1932 y un renacer evangélico, junto con una policía corrupta, hacían la ciudad muy peligrosa. Estamos ante a una precuela (antónimo de "secuela", continuación de una historia), puesto que vamos a conocer los orígenes de Mason, que  es en esos años tan solo un triste detective privado, que trabaja para un bufete cuando lo necesitan, divorciado, alejado de su hijo y a punto de perder la granja de sus padres. Y es en ese ambiente en el que la desaparición de un niño se convertirá en un caso mediático cuando por fin el bebé aparezca muerto y con los ojos cosidos. Mason se implica a fondo rastreando pistas, hasta que le toca ser el abogado defensor de la madre de la criatura, acusada de asesinato por un fiscal inmisericorde; en esa lucha se implicará a fondo como forma de darle sentido a su vida. Más que una historia de carácter legal, el tono de la serie es más bien noir. A ello contribuye un ambiente asfixiante de dificultades económicas, un policía capaz de cualquier cosa, la sordidez de unas vidas anónimas, el racismo imperante... Todo es retratado con una iluminación oscura de interiores degradados, y de tonos apagados. Los personajes no pueden ser divididos en buenos y malos, puesto que todos pueden cometer ilegalidades o pelear por causas justas.


Matthew Rhys es el encargado de encarnar a este hombre amargado, bebedor, duro con sus oponentes, tierno con su hijo, violento cuando la ocasión lo requiere, perdedor dispuesto a dar la batalla. Aunque lo había visto en Los papeles del Pentágono (2017), no guardaba memoria de él. Y aquí me parece perfecto en su contención, en sus desbordamientos, en su interior torturado que sale a flote en cuanto se descuida. Juliet Rylance da vida a una Della muy alejada de su predecesora, fiel, colaboradora, inteligente, y con un secreto que le podría costar caro en aquella época. No la recordaba de haberla visto en The Nick y aquí está impecable, se sale de ese segundo plano que seguramente le asignó el novelista original. John Lithgow, hacía de Chirchill en The Crown y tampoco lo he identificado, a pesar de hacer un papel impecable de abogado en su ocaso. Más difícil lo tenía Tatiana Maslany para hacer de pastora evangélica creíble, con lo que hay que exagerar en esas prédicas tan histéricas e histerizantes. Lo consigue, sobre todo cuando baja el telón de sus actuaciones.  


Es cierto que el desarrollo de la historia es a veces algo premioso, pero resulta tan diferente con respecto al Mason que yo guardaba en mi memoria, que vale la pena hacer caer otro mito, ahora que tanto se estila tirar abajo de sus pedestales a las estatuas de personajes que siempre tienen claroscuros.

José Manuel Mora. 


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