El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo, de Gillies MacKinnon

 Radiografía de un país

De nuevo mi antiguo compañero de fatigas escolares, Òscar, me recomienda un título. He de confesar que el intérprete también era una razón de peso para ir al cine en la tarde de San Juan, en una ciudad todavía con aires de pandemia, vacía y extraña por ausencia de fogueres por segundo año consecutivo. Parece que la gente se empieza a animar a volver a las salas. Hoy éramos una docena de personas y además se anunciaba en V.O.S. Se trata de El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo, título que no tiene nada que ver con el original, mucho más adecuado a la cinta que presenta: The Last Bus. Su director es el escocés Gillies MacKinnon, un chico joven de mi edad, con más de una docena de títulos a la espalda que no he visto. Joe Ainsworth es el guionista de esta pequeña y emocionante joya fílmica, toda a hombros de Timothy Spall, en un asombroso recital interpretativo. Veamos.


Un anciano, que vive en el pueblo más septentrional de Escocia, donde todo el mundo lo conoce después de toda una vida afincado allí, decide viajar a su aldea natal, al sur de Gran Bretaña, una vez fallecida su mujer, para cumplir su última voluntad. Lleva en su cartera el bonobús de su zona y su inseparable maleta. Con una elegante levedad la historia ofrece saltos atrás que van explicando el porqué de la marcha juvenil de la pareja hacia el norte y el desarrollo del viaje del nonagenario, todo fragilidad no exenta del fuerte carácter del viejo, que le permite hacer frente a las contrariedades que van surgiendo. Y es así como los autobuses lo van adentrando en un país que, aunque suyo, ha cambiado enormemente, en el que el melting pot es ya un hecho incontrovertible y en el que los comportamientos no son ya los de su juventud, allá por los años cincuenta. Ahora el racismo, el machismo, la violencia son monedas fácilmente aceptadas por algunos. Hay sin embargo también gente empática y solidaria, como también la hay intolerante. La peli se convierte en una suerte de road movie crepuscular. La lluvia y los cielos grises lo acompañan en su largo viaje. De los encuentros que va teniendo con diferentes personas, van quedando imágenes y vídeos que se van subiendo a la "nube" y que lo convierten en alguien de enorme popularidad, aunque él no lo sepa. 

 
A Spall lo sigo desde Secretos y mentiras (1996), aunque acabó por conquistarme en El discurso del Rey (2010) y sobre todo en Mr Turner (2014), tan justamente premiado en Cannes, y más recientemente,en Nieva en Benidorm (2020). Es increíble cómo un hombre en los sesenta, puede dar la talla de un personaje cercano a los noventa, enfermo y acabado, todo fragilidad. Sus primeros planos con el gesto huraño, desconcertado, tristísimo, dejan paso también a la sonrisa benevolente y agradecida. La fotografía de George Geddes retrata tanto los magníficos exteriores, como la intimidad del personaje. Y la música de Nick Lloyd Webber no subraya, sino que acompaña las imágenes. Es cierto que la peli queda lejos de aquel otro viaje último en tractor que veíamos en Una historia verdadera (1999), pero a mí me ha resultado conmovedora. Y una auténtica delicia escuchar los distintos acentos de inglés que los personajes manejan.

José Manuel Mora.
 



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