El hijo de Saúl, de László Nemes

 El horror, el horror...

A pesar de la etiqueta, no se trata de "la película de la semana", puesto que data de 2015 nada menos. No sé si entonces se proyectó en Alicante. Sí sé que se me escapó, aunque había oído hablar de ella, naturalmente. Ganó el Oscar ese año a la mejor peli de habla no inglesa y también el Premio del Jurado en Cannes y el Globo de Oro y el BAFTA. Al exquisito de C. Boyero no le gustó. Cada uno tiene sus preferencias. La 2 de TVE la programó hace meses y la he tenido en el "congelador" de la nube televisiva un montón de tiempo sin atreverme a verla, porque sabía a lo que me iba a enfrentar. Por fin anoche me animé y esto quiere ser tan solo una nota al pie de mi progresiva desmemoria, ya que no creo que la recuperen en los cines comerciales. Se trata de un filme húngaro, El hijo de Saúl, dirigido por el debutante  László Nemes. Ni de él ni de los actores había oído hablar. Es muy poco el cine que llega hasta aquí desde aquel país.


Es cierto que tan sólo soy un diletante en los temas de Historia, pero también es verdad que, desde que hace ya años leí,  allá por 2008, Vida y destino , de V. Grossman (http://mbadalicante.blogspot.com/2008/05/vida-y-destino.htmly, más tarde, Memorias de un europeo, de S. Zweig (http://mbadalicante.blogspot.com/2008/05/vida-y-destino.html), los sucesos en Centroeuropa, que tan de pasada nos afectaron en general, empezaron a suscitar un interés especial en mí, sobre todo en el aspecto narrativo-literario. Adentrarme en el ambiente asfixiante de la cinta me ha supuesto volver a las páginas de Viviré con su nombre, morirá con el mío, de J. Semprún, y, más cerca al momento actual, a las de Si esto es un hombre, de P. Levi (http://mbadalicante.blogspot.com/2018/04/si-esto-es-un-hombre-de-primo-levi.html), ambas pertenecientes a ese submundo de los campos de concentración. Saúl es un judío húngaro que pertenece a uno de los Sonderkommandos (comandos especiales) en Auschwitz-Birkenau, encargados del trabajo en las cámaras de gas; recoge la ropa de los que se desnudan para ser ejecutados en las supuestas duchas (terrible la escena de las voces al otro lado de la puerta cuando ésta se cierra y empieza a salir el gas), limpia después el lugar y carga a los muertos para ser llevados a los hornos crematorios, en una rutina subterránea, incandescente en su desnaturalización de lo humano.  Todo lo hacen como si fueran autómatas, pues los cargamentos de judíos siguen llegando en plena noche y hay que dejar espacio para el siguiente turno. Y en ese infierno el protagonista encuentra un modo de intentar dar sentido a su existencia: trata de dar sepultura según el rito ortodoxo a un adolescente al que adopta como hijo suyo (no queda claro si de verdad lo es). Y ello lo hace poniendo en peligro su vida y la de sus propios compañeros con tal de lograr su propósito.


Lo novedoso de un tema tan tratado en cine y literatura es la opción del director a la hora de filmar. En vez de optar por los testimonios, como hizo Lanzmann en su monumental Shoha de diez horas, para evitar mostrar el horror, Nemes usa la profundidad de campo mínima  como método para insinuar lo que pasa, sin necesidad de explicitarlo en plan más o menos realista. La cámara se fija la mayor parte del tiempo en el rostro de Géza Röhrig, de una expresividad dolorida y al fondo vemos siluetas sin acabar de definir, pero que dejan entrever lo que sucede. Por otra parte, el uso del trávelin en auténticos planos secuencia nos ofrece una única perspectiva narrativa, la del protagonista, al que sigue la cámara en muchos momentos sin perderlo un instante en su búsqueda de un rabino. 



El espectador se ve atrapado en ese subsuelo físico y moral, de luces cenitales hirientes, de golpes sin sentido por parte de los soldados o de los kapos, de la bajeza que supone robar las pertenencias de los ajusticiados para poder después trapichear con ellas, no hay tiempo para respirar. El uso del sonido, la captación de los ruidos, de los disparos, de los cuerpos arrastrados, todo ayuda a completar la definición de la imagen. No hay escapatoria ni para los presos ni para quien ve las imágenes. No hay melodramatismo ni regodeo en la violencia, no hay moralismo con el que juzgar a los que llevan a cabo esas tareas inhumanas. No hay ni siquiera nobleza en la acción de Saúl, tan sólo un instinto de supervivencia en medio de tanta depravación colectiva. No hay posibilidad de llanto reparador como en La lista de Schindler. Tan sólo la conciencia de que esas imágenes van a permanecer en la retina de quienes se enfrenten a tanto horror. Si alguien ha llegado hasta aquí, tal vez se anime a recuperarla en cualquiera de las múltiples plataformas existentes.

José Manuel Mora.


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