Goethe en Dachau, de Nico Rost

 De la importancia de la memoria.

Hay pocas entradas en este blog dedicadas a la literatura neerlandesa. Creo que en nuestro país se considera algo marginal. Y no sé si por eso me llegan pocos estímulos desde ese país que me encantó en las dos ocasiones que lo visité, la última en 2013, de cuando son dos de las reseñas que dejo de recuerdo. Apenas he encontrado a un par de autores; uno, Cees Nootebom, casi tan español como holandés, con su La historia siguiente de 1991, junto con Rituales, y Edmund de Vaal, con la que me pareció casi mágica novela de autoficción, cuando yo no conocía el término o no se había popularizado, La liebre con ojos de ámbar . Ahora toca descubrir a alguien a quien no había oído ni nombrar: ROST, NICO. Goethe en Dachau. Barcelona: Editorial Contraescritura, 2018, págs. 356. Incluye un prólogo de A. Seghers y un pílogo del que hablaré después. Esta nueva (?) editorial presenta el ejemplar con un cuidado extraordinario. De hecho fue la foto de la cubierta en B/N con el almbre de espino y la letra gótica, además de su suave tacto mate, lo que me atrajo, aparte de la recomendación de mi nueva librera de cabecera de 80 Mundos.  Apareció en holandés en 1946 y en alemán, traducido por su mujer, en 1948, a pesar de su dificultad ya que el libro, como el lager, era una auténtica torre de Babel, dado el número de idiomas hablado por los prisioneros del campo. He de confesar que estuve a punto de dejarlo en el estante, por el miedo a la saturación. No hace tanto había leído el libro de P. Levi, que me conmocionó, Si esto es un hombre.
 

 




















Nico Rost (Groninga, Países Bajos, 1896 -  Ámsterdam, 1967) se dedicó al periodismo comprometido con los trabajadores, desde su juventud. Y lo hizo desde Berlín, por lo que conocía bien la lengua alemana. Ello le lleva a traducir al holandés a grandes de la literatura vecina: Kafka, Toller, Musil, o Anna Seghers… Tradujo el Berlin-Alexanderplatz de Döblin y se convirtió en un gran defensor de la cultura alemana clásica y de su tiempo. Se afilió al Partido Comunista holandés en 1927. En 1933 es encerrado por primera vez en un campo de concentración, Oranienburg, de donde sale para que se le prohíba su entrada al país por amigo de judíos y disidentes. Establecido en Bélgica, su casa se convirtió en lugar de acogida de los escritores alemanes de la diáspora: Joseph Roth, Stephan Zweig, Arthur Koestler... Publicó un primer testimonio sobre su paso por Oranienburg. Estuvo como periodista en contacto con el Frente Popular en nuestra Guerra Civil, se entrevistó con D. Ibarruri y publicó un reportaje sobre el bombardeo de Gernika. Tras ser acusado de publicitar escritos antialemanes y ser miembro de la Resistencia, comienza su periplo por distintos campos de internamiento y en 1944 es finalmente transportado a Dachau. 



Allí comienza su diario dentro del campo, gracias a que es ubicado en la enfermería al llegar con graves heridas en las piernas, lo que le permitía leer todo aquello que caía en sus manos, "Esa compulsión de leer siempre más [...] empleo con alegría cada minuto libre que tengo en ello" (pág. 97), a pesar de que mucha de esa literatura estuviera escrita en el idioma "de ellos", de sus verdugos, preguntándose "Qué sentido tiene en esta época lo que llamamos 'patrimonio cultural'? ¿Qué sentido tiene Goethe en Dachau?" (pág. 27). "El sentido de la vida", dice Seghers en el prólogo, puesto que "los prisioneros permanecen con vida al obstinarse en [...] ejercer su derecho al pensamiento" (pág. 28). Y escribir, aunque fuera en trozos de papel ridículos que fue guardando. "¿Por qué escribo? [...] es para mí un medio para concentrar mis pensamientos y mi energía en la literatura [...]  para así no pensar en Edith [su mujer] y en Tyl [su hijo], para no pensar en comer, en los bichos, en el recuento [...] una especie de autoprotección" (la cursiva es mía; pág. 129). Además, y como hombre de partido que "aquí [en el lager] también tenemos una tarea que cumplir [...] desarrollar la conciencia política de los compañeros" (pág. 70), teniendo siempre presente que "la libertad es el mayor bien" (pág. 59) y que "el fascismo en todas su formas ha de ser aniquilado" (pág. 128) y que "todo buen libro ha de ser de más cerca o de más lejos, político" (de nuevo la cursiva es mía, pág. 174). En estas frases se evidencia que es un hombre de partido. 



Sin embargo tanta discusión teórica sobre política, sobre literatura, sobre religión, sobre autores alemanes, entre los que está naturalmente Goethe, u holandeses, para mí desconocidos en su mayoría, llega un momento en que lastra el libro. He estado a punto de dejarlo. Hubiera hecho mal puesto que, conforme se va acercando la primavera del 45, a la epidemia de tifus con sus muertos incontables, a los bombardeos todavía lejanos, a las ejecuciones en masa, comienza a sumarse una esperanza contenida de una próxima liberación, a pesar de que "cada día hay más muertos, siempre hay más muertos" (pág. 248). Y su decisión de "hacer todo lo que esté en mi mano, emplear todas mis fuerzas para volver a traer a la vida a tdos estos muertos con todo lo que escribiré" (pág. 250). Las notas se van sucediendo no por días, sino por horas hasta la liberación, tras la llegada de los estupefactos estadounidenses ante lo que veían.


Aún queda el epílogo, escrito por Rost diez años más tarde, tras su visita al lugar del horror. Y su ira se desata al ver cómo se ha intentado borrar las huellas de lo que sucedió, "en el KZ de Dachau, desde 1933 a 1945, perdieron la vida un total de 235.000 personas" (pág. 327); ahora sí entra en los detalles que obvió en el relato concentracionario. No hay placas conmemorativas. No se enseña a los niños en las escuelas lo que ocurrió. "Esto también forma parte de todo ese sistema intencionado de dejar que todo caiga en el olvido, la ingratitud a los mejores de todas las naciones, también hacia los mejores alemanes [los que combatieron el nazismo de sus compatriotas y acabaron en los campos]" (pág. 330). Su lucha infatigable, la de Rost, logró que a partir de los años sesenta se estableciera una reconstrucción del lager para dejar constancia ante los visitantes de lo que no debe volver a ocurrir. (Vid. vídeo infra). Espeluzna ver cómo siguen dando pasos, sin demasiada resitencia por parte del resto de miembros de la UE, los salvapatrias de Salvini, Orban, Kaczynski, et allii... Léase los de Vox en nuestro país.

José M. Mora.

P.S. aunque el vídeo no esté subtitulado en un idioma medianamente comprensible, las imágenes hablan por sí mismas.

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