María Antonieta, de Stefan Zweig

 La mujer, la reina.

No son muchos los autores que le hacen a uno sentirse en casa cuando uno se encierra entre sus páginas. La temática o el estilo pueden ayudar a uno a encontrarse en territorio conocido y gratificante, en la medida en que se ha valorado altamente lo leído con anterioridad. No voy a hacer aquí la lista, pero el autor del libro que voy a comentar es uno de ellos. ZWEIG, STEFAN. María Antonieta. Barcelona: Ed. Acantilado, 2012; traducción de Carlos Fortea, excelente; 340 págs. Señalo siempre el cuidado en la presentación de esta firma editorial, que hace que mantener el libro en la mano sea algo que proporciona una sensación de calidez, de delicadeza, de precisión en la elección de la cubierta (aquí un retrato de la protagonista absoluta del libro, firmado por Gautier d'Agoty). Carmen, una de mis libreras de cabecera de 80 Mundos, me recomendó el título con la pasión que, quienes saben de libros, ponen en la venta del "producto". Y a fe que acertó. 


En estas "páginas" ya hay unos cuantos títulos del autor austriaco (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942) que se pueden rastrear en la etiqueta "libros recomendados". A pesar del tiempo transcurrido, sigo recomendando con emoción Memorias de un europeo que tanta huella me dejó por tantas razones. Como todo se me olvida, descubro que, a pesar de no ser muy aficionado a las biografías, pecado muy español frente al furor por ellas de los británicos, hay ya aquí reseñadas la de Balzac. La novela de una vida, la de Erasmo de Rotterdam y más recientemente la de Magallanes, que todavía conservo fresca en la memoria por lo impactante, todas del mismo autor. No era el personaje central del libro santo de mi devoción. Seguramente mi conocimiento del mismo se resumía en la famosa frase tópica que parece que pronunció refiriéndose a sus súbditos muertos de hambre: "¿No tienen pan?, pues que coman tortas". Ello, junto con mi visita a Versalles y el teatrillo falsamente pastoril que se mandó construir, le hameau, me parecía que retrataban al personaje. Del ser real, del personaje humano, no sabía nada, y de su condición de reina, sólo que la historia acababa mal. Así que me he adentrado en sus páginas como quien curiosea la intimudad de alguien y al tiempo aprende detalles de sucesos que transformaron  el pasiaje no sólo francés, sino europeo. 


Los seres humanos llegamos a ser quienes de veras acabamos siendo con el paso del tiempo, la acumulación de experiencias y los sucesos en los que nos vemos envueltos. "María Antonieta [Viena,1755 - París,1793], la mujer mediocre, alcanza al final la dimesnión trágica y se vuelve tan grande como su destino" (pág. 12). Esta cita casi propone empezar su biografía por el final. Pero en esta historia no hay suspenso. Sabemos cómo terminará. Que, con 11 años una cría, la hija de María Teresa de Austria, esté destinada a ser la salvaguarda de la paz con los Borbones franceses, mediante el matrimonio acordado  a sus catorce años con el nieto de Luis XV, quien acabaría siendo Luis XVI, es una pesada carga sobre los hombros de alguien incapaz de entender por su edad el juego de las alianzas políticas que la llevan a salir del seno familiar y de su país y de su idiona; acabó con dificultades en alemán por estar inmersa en el francés de su nuevo país. Aunque su madre la intentó educar bajo las normas de un moralismo firme, la niña resulta ser "traviesa, falta de atención, alborotadora [...] con un poco de pereza y mucha frivolidad" (pág. 15). Encima, ya en 1775, el rey "sigue sin ser un esposo después de cinco años" debido a un problema de fimosis que no es capaz de solucionar. Para más oprobio suyo toda la corte lo sabe. Y así "la vida amorosa de la defraudada reina ocupa la corte entera" (pág. 43). Ya plenamente mujer se caracteriza por "aquella indomable inquietud y ansia de libertad" (pág. 52). Y "nada le importa más en este mundo que su diversión" (pág. 56). Para acabarlo de componer "cree que todo el mundo es feliz y despreocupado" pág. 81). No se puede ser más superficial. 


En 1744 la coronación de su esposo la convierte en reina de Francia, lo que para ella "no significa más que ser libre ella misma" (pág. 91). Ella y su marido conforman una antítesis de manual por carácter e intereses, lo que los lleva a convertirse en camaradas, más que en esposos.  "En vez de utilizar el poder que le ha tocado en suerte, quiere únicamente disfrutar de él" (pág. 109), "el de soberana y la libertad de la mujer" (pág. 126). Es una bonne vivante típica de la época Rococó que le ha tocado vivir, y que lo único que desea es hacer su santa voluntad, asistiendo al teatro y a la ópera sin escolta, a bailes de disfraces donde puede tontear tras su máscara. "Esta ligereza a la hora de entender la vida fue sin duda su pecado desde el punto de vista de la Historia, pero fue al tiempo el pecado de toda su generación" (pág. 114). Los vestidos, los peinados, las joyas, el juego, todo será objeto de derroche. "Tengo miedo de aburrirme" (pág. 125), confiesa. No se puede ser más superficial. El Trianón, le hameau  que manda construir, le sirve como el decorado de "una frívola comédie champêtre" (pág. 135). 



Y en medio de todo esto Zweig es capaz de introducir con pulso firme la intriga necesaria entre tanta cosa archisabida: "El único que alcanza su corazón de una vez y para siempre, sigue oculto en la sombra" (pág. 143), el para mí desconocido Axel von Fersen. Muy hitchcockiano. Tendremos que esperar cien páginas más para conocer su identidad. En 1778 nace el delfín, en 1780 muere Mª Teresa, y mientras, las ideas de J. J. Rousseau, el parlamentarismo británico con su constitución no escrita, y los vientos de libertad y democracia de las colonias británicas van llegando al viejo continente. Con mano maestra, el vienés introduce una anécdota para mí desconocida, la historia de un valiosísimo collar de diamantes que desaparece, aunque hay que pagarlo y del que "siendo inocente, se consideró culpable a la reina" (pág. 2019). Resulta apasionante el modo en que desarrolla esta trama verídica aunque con aire peliculero, que pone de manifiesto el derroche y la mala administración de la corte y con ellos el disgusto general de la población con su reina, que hace que  ella exclame: "¿qué les he hecho?" (pág. 237). Su inconsciencia sigue siendo absoluta. 


Llega así 1789, esa fecha fácil de recordar y tan trascendente para la Historia. Los Estados Generales añaden a la nobleza y el clero, el famoso tiers état, la burguesía. Y "a ese mudo ser llamado pueblo, se le ha dado voz con la libertad de prensa" (pág. 242), tan temida siempre por el poder, y con razón. Ese no enterarse de la reina, "contemplaba de antemano toda petición de la nación como una intolerable sublevación de la chusma" (pág. 254) sigue mostrándola como una frívola inconsciente. Y, dado que el Rey es un cero a la izquierda, abúlico e incapaz de tomar ninguna decisión, la conclusión aparece obvia: "quien esté por la revolución tiene que estar en contra de la reina" (pág. 257). Y aquí hay una visión muy moderna en el progresista Zweig: "La Revolución tenía que atacar a la reina y en la reina, a la mujer [...] la louve autrichienne" (pág. 7). Tras la toma de la Bastilla, el 4 de agosto "se derrumba el viejo bastión del feudalismo [...] se declaran los Derechos del Hombre" (pág. 287), y aunque sea una marcha de mujeres la que se encamina hacia Versalles, "es el entierro de la monarquía y el carnaval del pueblo" (pág. 303). Cuando con 35 años es encerrada en las Tullerías, "el sufrimiento será el primer verdadero maestro de María Antonieta" (pág. 312). Hay todavía otra secuencia cinematográfica, que con toda lógica ha sido llevada a la pantalla, La noche de Varennes (de Ettore Scola, 1982), de nuevo magistralmente contada: la huida frustrada de los reyes. Va sintiendo "el gran cansancio de la naturaleza y el otoño en su propio corazón" (pág. 293).


En medio de tanta desventura, "sólamente le ha quedado a la mujer lo que nadie le puede arrebatar, su amor. Y ese sentimiento le da fuerza para defender con grandeza y decisión su vida" (pág. 372). La todavía reina confiesa por carta: "Sólo en la desgracia se siente de verdad quién eres" (pág. 380). Y así va cobrando grandeza su figura a los ojos del lector. Lo que sigue es el encarcelamiento de la familia real en las Tullerías, el traslado a la Asamblea Nacional, y desde ahí al Temple. Se abole la Monarquía y se proclama la República (1792). Del idealismo revolucionario inicial se pasa a la radicalidad más extrema, nada parece suficiente y se juzga y ajusticia a Luis Capeto, antiguo Luis XVI. María Antonieta queda sola con sus hijos. Y a la vez, narrativamente, se incia el crescendo dramático  en el que se va reduciendo la figura real de la antigua reina, "el mundo entero la ha abandonado" (pág.438), y va quedando desnuda su condición de mujer, de ser sufriente. Para mantener la tensión, el biógrafo incluye tentativas suicidas de escapar, documentadas, la terrible separación de la madre , alejada del delfín, su traslado a la Conciergerie, prisión terrible, lugar del que no se sale. 



No queda nada de aquella atolondrada y superficial joven. Las ausencias, el dolor, las humillaciones, todo debería haberla arrasado, de hecho ha encanecido y se ha convertido en una anciana de ojos sin brillo con apenas 38 años. Escribe una última y desgarradora carta de despedida. Ya "no quiere más que cumplir su última obligación: sucumbir con compostura y con la cabeza alta" (pág. 401). Y, a pesar de las insidias que se lanzan contra ella en el proceso, lo acaba consiguiendo. Su ascenso al patíbulo acaba silenciando a la multitud. Termina en una fosa común. La grandeza del escritor es no haber caído en la hagiografía admirativa y haber logrado equilibrar fallos y virtudes de la mujer que fue reina, humanizándola sin disculparla, explicando los porqués de sus actuaciones. Todo ello con la finura estilística del vienés. Sirvan un par de ejemplos: "El sol se levanta sangriento" (pág. 408), antes del asalto a las Tullerías, como metáfora antipatoria, o la más terrible al final del libro: "La fina línea de la guillotina, ese puente de madera que va de este mundo al más allá [...] centellea al turbio sol de octubre [...] la hoja recién afilada" (pág. 520). Sé que llego tarde a un libro que muchos de mis conocidos ya habían leído hace tiempo. No importa. Ha sido un descubrimiento, tanto el personaje como la bellísima manera de presentarlo de este escritor que se va agrandando ante mis ojos a medida que leo más libros suyos. À ne pas manquer.

José Manuel Mora.

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