La línea infinita, de Mariano Barroso

 Los orígenes.

Se va intensificando, ahora que hace ya dos años del alto el fuego definitivo, el tratamiento en diferentes formatos de lo que fue ETA para el País Vasco y para la sociedad española en general. Primero la novela de Aramburu, Patria, se adentraba con hondura en el conflicto. Luego el documental de Sistiaga, El final del silencio proponía un análisis desde múltiples ópticas, mediante entrevistas, que me resultó enriquecedor y en muchos casos esclarecedor, porque aportaba cantidad de datos que desconocía. Ahora es una miniserie de seis capítulos, La línea invisible, en la plataforma de Mosvistar, que viene firmada por Mariano Barroso, la que se acerca a los origenes del aquelarre, tal como se escucha a la voz en off en el capítulo inicial: "Recordar cómo empieza la tragedia, cuándo nos equivocamos o enloquecimos".


Barroso ya había dirigido con acierto la El día de mañana (2018), versión televisiva de la novela homónima. Disfruté con ambas. Ahora decide "ficcionar", perdón por el palabro, pero aparece al inicio de la serie, los inicios de la banda a través de personajes reales a los que él ha dado cuerpo de ficción mediante los los guiones de Michel Gaztambide y Alejandro Hernández. La figura de Txabi Etxebarrieta, joven profesor universitario que decide en 1968 abandonar sus aspiraciones oxfordianas para adentrarse en la organización ETA (Euskadi Aa Askatasuna, "Euskadi y Libertad") es central en la historia y acaba liderándola y provocando el giro de la V Asamblea en la que, influidos por los modelos de Argelia y Cuba, se pasa de la conciencia de clase, de la lucha obrera y sindical en las fábricas, de la confrontación con la dictadura franquista, a la decisión de la lucha armada para defender la lengua, la cultura, el sentimiento nacional, ya que "la democracia de los vascos es anterior a Jefferson". Todo nacionalismo se asienta en mitos. Y como dice el Inglés, que vive cómodamente al otro lado de la muga, para acabar con la dictadura hace falta dinero, de lo que se desprende la necesidad de asaltar bancos, lo que los convierte inicialmente en delincuentes. Y lo que me parece más terrible: "Para hacer un pueblo se necesita tiempo y sangre". La opción es tan extrema que Etxebarrieta requiere el beneplácito de la Iglesia, "porque si matamos no hay vuelta atrás". Una vez obtenido, el paso al fanatismo está dado, aunque la trasposición de esa línea invisible es primero mental y luego física. Y desde el momento en que hay armas, acaban disparándose. Da igual que sea contra un joven guardia civil, Pardines, que contra el torturador Melitón Manzanas. Como sigue diciendo el Inglés, "nadie quería esta sangre, pero era invitable". Y de ahí se pasa a "socializar" el dolor y a la conversión en héroe de Etxebarrieta. Al final se concluye que "la lucha, la locura infinita no sirvió de nada", más que para acabar con 850 muertos  nada menos.


El que se haya rodado casi íntegramente en Euskadi aporta un plus de verosimilitud,con sus paisajes, las localizaciones, unas caracterizaciones conseguidísimas. No conozco a ninguno de los actores, Àlex Monner combina muy bien su fragilidad con el nerviosismo ante sus decisiones y su progresivo fanatismo. A Anna Castillo sí que la he admirado en La llamada y en Arde Madrid. Aquí pone el punto de humanidad necesario para que haya un resquicio de esperanza al final. Antonio de la Torre merece párrafo aparte. Cada vez me recuerda más al mejor Landa. Aquí es capaz de pasar sin despeinarse, de la humanidad de un padre cariñoso a la violencia silenciosa de las torturas más salvajes. La historia tiene un componente de thriller político bien documentado. La figura del hermano del protagonista está magníficamente encarnada por Enric Auquer. Y Asier Etxeandia está inmenso en su composición del Inglés. Etxebarrieta parece desconocer la frase de Ghandi: «Por una causa uno tiene que estar dispuesto a morir, pero nunca a matar».


Viendo la serie he recordado cuando explicaba el Romanticismo a mi alumnado, sabiendo que el componente sentimental podía ser de gran atractivo para los adolescentes que eran. Además de eso, les hablaba del amor de los escritores románticos por lo diferente, por lo individual, por su apego a la tierra en que nacieron con sus particularidades de historia, lengua, tradiciones... De ahí nacerán luego los nacionalismos europeos que tanto dolor y tanta muerte han traído a nuestras sociedades. Cuando recuerdo las matanzas serbias en Srebrenica, tan próximas en mi conciencia, sigo sin entender esa locura que hace que mi ombligo pueda ser más hermoso y diferente que el de los demás. Todos tenemos ombligo, cada uno el suyo, y eso es lo que nos hace miembros del género humano. Somos ciudadanos, no  un pueblo escogido. Quede eso para el Antiguo Testamento. Ojalá podamos todos llegar a tomar conciencia de la fraternidad que nos une en tanto que personas. Si con esta pandemia no lo aprendemos, y a veces dudo que lo hagamos, no sé para cuándo. 

José Manuel Mora.

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